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La licorería de los soldados británicos en Israel durante la Primera Guerra Mundial


La Vanguardia

  • La construcción de una autopista destapa los restos de centenares de botellas de cerveza, vino e incluso ginebra con 100 años de antigüedad

Centenares de botellas de licor de la Primera Guerra Mundial (EFE)

El hallazgo fue sorprendente y totalmente inesperado. Los arqueólogos trabajaban a contrarreloj, presionados por la construcción de la autopista 200 en el kibbutz (colonia agrícola) de Netzer Sereni, en pleno centro de Israel, cuando descubrieron cientos de botellas de licor de hace 100 años al lado de herramientas de pedernal del Paleolítico Medio que tienen unos 250.000 años de antigüedad.

Todo el material descubierto por los investigadores de la Autoridad de Antigüedades de Israel se encontró en un pozo cerca de un edificio que fue utilizado como guarnición por los soldados británicos durante la Primera Guerra Mundial.

Las botellas contenían vino, cerveza, refrescos y bebidas alcohólicas como ginebra, licor y whisky

“Hasta ahora, las evidencias históricas de las actividades militares del ejército de Gran Bretaña en Israel consistía en detalles ‘secos’, como son el número de soldados, las batalla… Este descubrimiento nos permiten vislumbrar la parte no escrita de la historia y reconstruir por primera vez la vida cotidiana y el ocio de esos jóvenes”, explica Ron Toueg, director de la excavación.

El edificio -que acabó destruido a causa de un incendio- había sido utilizado con fines agrícolas en época otomana y fue reconvertido por los soldados durante la Gran Guerra. Los británicos, bajo el mando del General Edmund Allenby, derrotaron al ejército turco en 1917 y ocuparon Siria y Palestina.

Los arqueólogos han encontrado decenas de botones de uniformes, hebillas de cinturón y partes de equipo de montar a caballo. Junto con vajilla rota y cubiertos, hallaron centenares de botellas de refrescos y de licor. ”Alrededor del 70% de los desechos que hemos encontrado -apunta Toueg- eran botellas de licor. Parece que los soldados aprovecharon el respiro que se les dio para liberar la tensión bebiendo alcohol con frecuencia“, añade.

Brigitte Ouahnouna, del departamento de cristal de la Autoridad de Antigüedades de Israel, recuerda que estas botellas “contenían principalmente vino, cerveza, refrescos y bebidas alcohólicas como ginebra, licor y whisky y vinieron de Europa para abastecer a soldados y oficiales en el campamento“.

Varias de las botellas de alcohol de soldados británcos de la Primera Guerra Mundial (EFE)

Uno de los elementos que más ha llamado la atención a los investigadores ha sido una punta de plata de una vara de mando que tenía grabadas las iniciales “RFC” y que habría pertenecido a un oficial de la Royal Flying Corps y que se utilizaba como símbolo de la autoridad. “Es la primera vez que encontramos un artículo de este tipo en Israel”, afirma el arqueólogo Assaf Peretz.

En noviembre de 1917, la fuerza expedicionaria egipcia, bajo el mando del general Allenby, conquistó el área alrededor de las ciudades de Lod y de Ramla. Antes de ocupar Jerusalén, el ejército acampó durante unos nueve meses en la zona donde ahora se ha realizado la excavación arqueológica.

Uno de los artículos más destacados es una punta de plata de una vara de mando

 
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Publicado por en 20 abril, 2017 en Noticias relacionadas

 

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EEUU en la Primera Guerra Mundial, la victoria que definió el camino de una gran potencia


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Al carpintero Guy Ford le gustaba ver a los peces bailotear alrededor de su barco cuando partió hacia Europa para combatir en una guerra que definiría el siglo por delante.

Pronto Ford perdió su inocencia. Pero a diferencia de tantos estadounidenses jóvenes que pelearon en la Primera Guerra Mundial, vivió para ver la transformación de su país de una nación ensimismada en una potencia mundial.

Antes del 6 de abril de 1917, Estados Unidos todavía era, según el escritor Walter Lippmann, un país en el que “el dinero gastado en barcos de guerra hubiera sido mejor empleado en escuelas”.

Hace 100 años, Estados Unidos le declaró la guerra a Alemania y, tras la victoria de 1918, puso en marcha lo que pasó a ser conocido como el “Siglo Estadounidense”.


El sargento Kevin Harmon (izq.) y el soldado David Aguirre, del cuerpo de Marines de EEUU, izan la bandera frente a un monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial, en el cementerio de Mount Mora, en Montana, el 6 de abril. Jessica Stewart AP

Estados Unidos primero

Guy Ford, hijo único, nacido en Roncenverte, Virginia Occidental, se acercaba a los 30 años cuando comenzó la guerra en agosto de 1914, tres años antes de que Estados Unidos se incorporase al conflicto.

El presidente Woodrow Wilson fue reelegido en 1916 con el eslogan “Nos mantuvo afuera de la guerra”. Otra frase que gustó mucho: “Estados Unidos primero”.

Cuando se declaró la guerra, el ejército de Estados Unidos era más pequeño que el de Dinamarca y mucho más pequeño que el de Bélgica

Luc De Vos, profesor de historia militar de Leuven University

En Europa, ambos bandos estaban enfrascados en una guerra de trincheras, con bombardeos constantes y ataques con gases en el norte de Francia y en Bélgica. Algunos días había miles de bajas en una carnicería sin precedentes.

Una nieta de Ford, Mary Thompson, que vive en Virginia Occidental, hizo el mismo recorrido que su abuelo y vio todas las tumbas y los sitios donde hubo combates.

“No me imagino a un chico del condado de Summers, en Virginia Occidental, que viene a este país y marcha hacia las bombas”, comentó.

Ni tampoco se lo podían imaginar la mayoría de los estadounidenses.

Fueron Vitales

A pesar del furor en torno a la destrucción causada por los alemanes y sus atrocidades, no fue hasta el 2 de abril de 1917 que Wilson pidió ir a la guerra en un discurso ante el Congreso. “Hundieron barcos estadounidenses, muchos estadounidenses murieron, en formas que nos han sacudido”, expresó. Cuatro días después, el Congreso accedió y Estados Unidos entró a la guerra.

Para entonces, ya habían muerto millones de personas. El ingreso de Estados Unidos cambió todo.

“Estaba todo estancado”, comentó el profesor de historia militar Luc De Vos, de la Leuven University. Les tomó más de un año a Guy Ford y cientos de miles de estadounidenses estar listos para el combate. Cuando se declaró la guerra, “el ejército de Estados Unidos era más pequeño que el de Dinamarca y mucho más pequeño que el de Bélgica”, agregó el académico.

Ford partió el 26 de mayo de 1918. En un diario relató que el mar estaba agitado, que hacían prácticas de tiro y que “el viento arrastraba pescados que jugaban” cerca del barco.

El 4 de julio, cuando otros en Estados Unidos festejaban el Día de la Independencia, su diario dice que recorría la campiña francesa hacia el frente de combate. “Me dieron un abrigo antes de partir. Incursión aérea esa noche”.

Hacía una travesía de 850 kilómetros (530 millas) por Francia hasta la región de Verdún. La guerra entraba en su etapa final, aunque el desenlace todavía parecía incierto.

La llegada de 2.1 millones de soldados estadounidenses inclinó la balanza.

“En un momento clave del equilibrio de fuerzas, llegan dos millones de estadounidenses, jóvenes, entusiastas, y atacan por todas partes”, dijo De Vos.

Los muertos

Un siglo después, los campos de Meuse-Argonne donde combatió Ford siguen siendo pastizales y bosques donde alguna vez se escondieron soldados estadounidenses y alemanes.

En un momento clave, en el otoño de 1918, la ofensiva de Meuse-Argonne fue la operación más grande y más sangrienta emprendida por las fuerzas expedicionarias estadounidenses. Involucró a 1.2 millones de soldados y duró 47 días. Fallecieron 26,000 soldados estadounidenses, aunque Ford no figuró entre ellos.

 
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Publicado por en 20 abril, 2017 en Noticias relacionadas

 

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El capitán que emergió del fango un siglo después


El Pais

  • Arqueólogos belgas identifican a un militar neozelandés muerto en la I Guerra Mundial y localizan a su familia
La llamada Trinchera de la Muerte de Diksmuide, en Flandes (Bélgica). Delmi Álvarez

La llamada Trinchera de la Muerte de Diksmuide, en Flandes (Bélgica). Delmi Álvarez

Cuarenta centímetros bajo tierra, Flandes aloja una inmensa y desordenada necrópolis de 150.000 soldados fallecidos durante la Primera Guerra Mundial, tantos como habitantes tiene la ciudad de Salamanca. El disperso camposanto es en realidad un conjunto de fosas comunes y tumbas improvisadas en medio del fragor de la batalla que se extiende por todo el frente de guerra. Cada cierto tiempo, una nueva construcción remueve el terreno y el subsuelo belga escupe huesos. Uno de sus últimos hallazgos ha causado sorpresa: un capitán neozelandés ha sido identificado con nombre y apellidos 101 años después de su muerte.

Simon Verdegem no lo sabía entonces, pero un adolescente de excursión puede sacar a un soldado de cien años de oscuridad. Una visita del instituto le abrió los ojos. Recorrió las trincheras de la Gran Guerra y se movió por los mismos estrechos pasillos en los que los soldados malvivieron entre piojos, ratas, fango y metralla. Aquel día, con 16 años, rodeado de sus compañeros de clase, tomó una decisión: se quedaría a vivir entre 1914 y 1918. Siguió el camino marcado. Leyó libros. Estudió Historia.

Ahora, a sus 33 años, se mueve por la sala explicándolo todo. Aquí un rifle británico, allí un casco alemán, al lado, un cañón de artillería. Abre bolsas de plástico y muestra huesos. Trozos de columna vertebral. Un cráneo. Un fémur. Las estanterías metálicas y las cajas de cartón alejan la sensación de estar en un museo, aunque cualquiera de sus objetos podría formar parte de una exposición. Las paredes alternan el ladrillo con un blanco descuidado, y las armas, consumidas por el óxido, hace tiempo que no intimidan a nadie. Es el almacén de la empresa Ruben Willaert a las afueras de Brujas. La compañía acude a la llamada de las constructoras para analizar los restos de soldados y tratar de averiguar a quién pertenecen, cómo murieron y a qué edad. Después, la mayoría acaba enterrado en el anonimato en uno de los muchos cementerios militares desperdigados por la geografía belga.

Poner nombre y apellido a los huesos un siglo después rara vez sucede. De los 70 cuerpos que ha analizado Verdegem, solo ha identificado uno. En un primer momento solo sabían de él su unidad y rango. Pero sucedió algo inesperado. «Encontramos un medallón muy sucio, y cuando lo limpié aparecieron unas iniciales. Nunca olvidaré ese momento». También hallaron su silbato y unos prismáticos con las mismas iniciales. El arqueólogo leyó las letras H.J.I.W. y las cotejó con la lista de fallecidos de su regimiento: No hubo duda. Era Henry John Innes Walker, un capitán neozelandés integrado en las tropas inglesas. «Al principio no estábamos seguros de que fueran las iniciales de un soldado. Podían haber sido las de su esposa», explica Verdegem.

La repercusión fue inmediata. Medios neozelandeses entrevistaron a su familia, sobrinos de avanzada edad que calificaban el descubrimiento de «milagro» y le recordaban pasando páginas de fotos en blanco y negro mientras señalaban con el dedo. «El de esta foto es tío Jack. Y el de aquella». Su muerte está documentada el 25 de abril de 1915 en la batalla de Ypres, desde donde envió numerosas cartas que la prensa de su país publicó regularmente. Tenía 25 años. «No hay demasiadas noticias hoy. Tanta lluvia como siempre, y las trincheras llenas de barro pegajoso, pero hoy, por primera vez en semanas ha salido el sol y es glorioso», comienza su última misiva, tres meses antes de su muerte.

Para Didier Pontzeele, jefe del servicio de sepulturas de guerra belga, que cada año recorre miles de kilómetros entre Francia y Bélgica para supervisar los cementerios, su prioridad son los cráneos y fémures de esos hombres. «Me da igual que sean alemanes, belgas o australianos. Son jóvenes que han dado la vida por su país. Aunque sigan siendo desconocidos, es mejor que sean enterrados respetuosamente».

En las trincheras de Diksmuide, ahora reconstruidas y convertidas en atractivo turístico para recordar un conflicto que costó la vida a 9,3 millones de personas, un grupo de escolares franceses camina acompañado de Brigitte Hovine, profesora jubilada, que les narra la historia de ese pedazo de tierra. Curiosos y preguntones, su actitud hace pensar que el arqueólogo Simon Verdegem no será el único en quedarse a vivir entre 1914 y 1918 para seguir el rastro de soldados como Henry John Innes Walker, el capitán que emergió del fango 101 años después.

 
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Publicado por en 30 noviembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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Cámara superlenta: Así disparaban los aviones de la Primera Guerra Mundial (VIDEO)


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  • Gracias a un mecanismo desarrollado en esa época era posible disparar una ametralladora fija sin dañar la hélice.

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El canal de YouTube The Slow Mo Guys, especializado en mostrar diferentes experimentos en cámara superlenta, ha recreado a muy poca velocidad el disparo de una ametralladora utilizada por los aviones de combate en la Primera Guerra mundial. El objetivo era comprobar de qué manera las balas pasaban entre las aspas de la hélice sin tocarla.

Para ello, los anfitriones del canal, Gavin Free y Daniel Grunchy, se trasladaron a un desierto de Nevada (EE.UU.) e instalaron una ametralladora original de aquella época en una estructura que simulaba las parte delantera de un avión con un motor y una hélice. A continuación procedieron a disparar mientras un equipo especial grababa en cámara lenta.

De esta forma se pudo observar cómo las municiones salían disparadas entre las aspas sin siquiera rozarlas. Tal fenómeno es posible gracias a un mecanismo sincronizador entre el motor y la ametralladora que interrumpía el disparo del arma cuando una de las palas de la hélice pasaba delante del cañón.

Tras mostrar el funcionamiento del mecanismo, los dos expertos desincronizaron el motor y grabaron nuevamente lo que sucedía. Tal como era previsto, las balas atravesaron en repetidas ocasiones la hélice. Sin embargo, esta continuaba funcionando sin problemas.

 
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Publicado por en 30 noviembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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Exposición sobre la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra en Grandes Líneas


La Razon

Desde hoy 30 de noviembre, a las 19:30 horas, en la Casa de Cultura Sala Botí, de Torrelodones de Madrid, se inaugura esta exposición titulada «La Gran Guerra en grandes líneas» (1914-1918) con la presencia del embajador de Bélgica en España Pierre Labouverle, exposición retrospectiva del Ministerio de Asuntos Exteriores de Bélgica, dedicada al centenario de la I Guerra Mundial. La muestra está dirigida a todos los públicos y permanecerá abierta hasta el 12 de diciembre de 2016, con entrada libre y gratuita.

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El 28 de junio de 1914, el primer disparo de la Primera Guerra Mundial resonó en Sarajevo. Nadie hubiera pensado que Europa estaría en llamas y que el fuego se propagaría a la tierra entera durante cuatro años. Lieja, Tannenberg, Gallipoli, Tabora, Tsingtoa, Ypres, Tesalónica, le Chemin des Dames… La Primera Guerra Mundial es una conflagración universal a una escala nunca vista antes. De Chile a Samoa, soldados de al menos cincuenta países diferentes – de Bélgica, Francia, Reino Unido, Rusia, Nueva Zelanda, Australia, Portugal, África del Sur, Congo, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Austria, Turquía, Italia, Serbia, por nombrar tan sólo algunos – luchan por tierra, mar y aire. En el sofocante calor de Camerún, en las nieves eternas de los Alpes, en el barro de Westhoek (las esquinas occidentales de Flandes)… en todas partes, el tumulto de las armas y soldados con hambre, frio, sed y dolor.

Dentro del país, la situación no está mejor. «Poor Little Belgium» ya fue invadida y saqueada durante los primeros meses de la guerra. Los cuatro años de ocupación alemana que siguieron, se hicieron sentir a todos los niveles y solo provocaron paro, pobreza y hambre. A pesar de esto, esta guerra, que causó muchas víctimas, también está al origen de evoluciones tecnológicas y medícales, de revoluciones políticas y sociales que, entre otras cosas, han preparado el camino hacia el sufragio universal.

La exposición «la Gran Guerra en grandes líneas» cuenta la historia de la Primera Guerra Mundial en el ámbito internacional, belga y local. Relata los temas más importantes, las grandes batallas y los momentos claves de esta historia. También evidencia unos episodios menos conocidos. Es una visión única de las numerosas caras de la Guerra.

La Exposición itinerante que viajará durante 4 años a diferentes ciudades del mundo: Singapur, Vilnius, Budapest, Ottawa, Kiev, Riga, Colonia, La Habana, Ankara, Brasilia, Tokio, Madrid, Washington, Los Ángeles, Atlanta, New York y Cambera, y narra la Historia de la Gran Guerra basándose en textos, fotos, documentos y anécdotas.

 
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Publicado por en 30 noviembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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Príncipe Carlos recuerda a neozelandeses caídos en IGM


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Oficiales neozelandeses antes de una ceremonia para conmemorar el centenario de la Batalla del Somme, en el New Zealand Battlefield Memorial en Longueval, en el norte de Francia, el 15 de septiembre de 2016. Michel Spingler AP Foto

Oficiales neozelandeses antes de una ceremonia para conmemorar el centenario de la Batalla del Somme, en el New Zealand Battlefield Memorial en Longueval, en el norte de Francia, el 15 de septiembre de 2016. Michel Spingler AP Foto

El príncipe Carlos de Inglaterra y otros dignatarios recordaron el jueves a los miles de soldados de Nueva Zelanda y de islas del Pacífico que murieron hace 100 años en la Primera Guerra Mundial, en emotivas ceremonias en el escenario de la devastadora Batalla del Somme.

Casi la mitad de los 15.000 soldados neozelandeses que lucharon en la batalla, una de las más sangrientas de la historia, fallecieron o resultaron heridos. La mayoría no tienen una tumba conocida, y sus nombres están escritos en un monumento de recuerdo en la localidad francesa de Longueval.

«Mi esperanza que es hoy podamos rededicarnos a un futuro libre de intolerancia y conflicto. Hacemos esto para honrar la memoria de quienes lucharon y murieron aquí, hace tanto tiempo», dijo el príncipe de Gales en un discurso en la Caterpillar Valley Commonwealth War Graves Commission de Longueval.

«Los recordaremos», agregó.

El príncipe — vestido con uniforme de capitán general de la armada neozelandesa, un rango que recibió el año pasado — depositó una corona de flores en el New Zealand Battlefield Memorial. El acto formó parte de una jornada de recuerdo en la región del Somme, cuyos bosques y prados se convirtieron en campo de batalla durante meses.

La infantería de Nueva Zelanda entró en combate el 15 de septiembre de 1916, hace exactamente un siglo, en la primera colaboración importante del país en el Frente Occidental. Cientos de soldados fallecieron, entre ellos muchos oceánicos que construían trincheras para comunicaciones bajo fuego de artillería.

Más de un millón de personas murieron, resultaron heridas o desaparecieron en la Batalla del Somme, que enfrentó a los ejércitos británico y francés con el alemán entre el 1 de julio y el 18 de noviembre de 1916. Ambos bandos intercambiaron bombas de gas e incansables bombardeos de artillería.

Autoridades británicas, francesas y alemanas han celebrado múltiples aniversarios del centenario de la batalla este año, destacando los avances realizados en la unidad de Europa en las últimas décadas para evitar futuras guerras.

 
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Publicado por en 22 septiembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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La neutralidad española en la Primera Guerra Mundial y su impacto económico


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Hace ya 100 años de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1916) y en algunos países de Europa aprovechan este centenario para realizar algunos actos conmemorativos y recordar aquella barbarie, en España la tenemos muy olvidada a pesar de las enormes implicaciones que para nuestro país tuvo tal evento pese a nuestra neutralidad

imagendsdsdsdA principios del siglo pasado, España, lejos de ser la potencia que había sido, dirigiendo los designios de medio mundo, se encontraba en una complicada situación. Tras haber perdido sus últimos territorios de ultramar y con ellos buena parte de su flota y casi todo lo que le quedaba de prestigio, se enfrentaba en Marruecos a una guerra incesante y en su propia casa al ascenso de los movimientos obreros cada vez más radicales.

Es por eso que nunca le fue requerida a nuestro país la adhesión a su causa por parte de ningún bando. Con un ejército que se encontraba anticuado, casi sin armada naval, y con el problema de Marruecos que desembocaron en crisis y huelgas como la Semana Trágica en 1909, España era un Estado de segundo rango, que carecía de la potencia económica y militar suficiente como para presentarse como un aliado deseable a cualquiera de las grandes potencias europeas en conflicto. Por eso ninguno de los países beligerantes protestó por la neutralidad española. Fue simplemente tenida como una declaración de impotencia, puesto que se basaba simplemente en que España carecía de los medios militares necesarios para afrontar una guerra moderna, independientemente del bando elegido, que con los dos se coqueteó.

La vinculación mediterránea de nuestro país y sus intereses en Marruecos ponían en contacto a la política exterior española con las de Inglaterra y Francia; por eso, las relaciones con estos dos países fueron más frecuentes y estrechas, aunque no siempre sus intereses coincidían con los españoles. La diplomacia franco-británica centró su objetivo ante el conflicto en evitar que España entrara en el área de influencia alemana. Por su parte, Alemania utilizó el acercamiento a España para atemorizar o dividir a sus adversarios.

En cuanto al impacto económico, se podría afirmar que el conflicto bélico tuvo una entidad y trascendencia capitales para el desarrollo del capitalismo español. Un verdadero rio de oro llegó a las arcas de los industriales y comerciantes españoles. El comercio exterior creció a un ritmo desconocido hasta entonces. De hecho, si en los años de la preguerra nuestra balanza comercial tenía un saldo negativo de entre 100 y 200 millones de pesetas, con el estallido bélico pasó a ser de unos 200 a 500 millones de saldo positivo. La razón era sencillamente que una serie de productos de exportación habían experimentado una gran demanda en el mercado extranjero y otros que hasta ahora no habían tenido más que un mercado nacional, debido a las circunstancias especiales de la guerra, resultaron rentables para otras naciones.

El ejemplo más claro estuvo en la minería asturiana del carbón y en el hierro vasco. En el primer caso, pasamos de un carbón que por sus difíciles condiciones de explotación se hallaba en desventaja frente a otros carbones europeos, a un producto que aumentó su producción entre un 10 y un 20% anual durante los años de conflicto. Así, las explotaciones mineras del carbón pasaron de 17.000 empleados a más de 40.000 en los cuatro años de guerra. En el caso del hierro vasco multiplicó por 14 su cifra de negocio.

Otro sector que creció exponencialmente fue en del transporte marítimo.  El aumento de la demanda mundial y las dificultades provocadas por el bloqueo submarino alemán tuvieron como consecuencia una inmejorable situación para las navieras. Entre 1918 y 1920 se crearon 56 nuevas empresas de este tipo y los precios de los transportes marítimos habían crecido tanto que los dividendos de algunas de esas empresas llegaron a ser del orden del 500%. Esta situación se mantuvo incluso cuando Alemania declaró en 1917 la guerra submarina total y, en su afán por ahogar la economía inglesa, comenzó a hundir cualquier embarcación, fuese de la bandera que fuese, que comerciase con los ingleses. Esto dio lugar a esperpentos como el de tener que lamentar hundimientos de cargueros españoles (hasta el 25% de la flota mercante española) al tiempo que se daba permiso para reparar y luego zarpar a un submarino alemán en el puerto de Cádiz.

Otros sectores crecieron quizá menos espectacularmente, pero su avance se mantuvo más tiempo, como la industria textil catalana o el sector bancario. En términos generales puede afirmarse que toda la actividad económica española se vio muy estimulada por la Primera Guerra Mundial. Y así, empresarios y financieros obtuvieron pingües ganancias con sus negocios (el número de bancos se duplicó en estos años), pero no ocurrió lo mismo para los trabajadores. La inflación de los productos de primera necesidad, así como el desigual reparto de la riqueza y de las cargas tributarias –en un Estado aún clientelista y caciquil– provocaron las airadas denuncias de los sindicatos de clase y las asociaciones obreras.

Todo este “milagro” económico se evaporó poco después de terminar la guerra. El fin de las condiciones excepcionales supuso el fin de la gallina de los huevos de oro, y comenzó un nuevo drama para España. Las exportaciones cayeron un 39% y seis mil empresas echaron el cierre. La crisis de sobreproducción trajo consigo, además, un fuerte desempleo industrial y la lucha obrera se recrudeció. Además, se tuvo que luchar contra la mala prensa del letal virus de la gripe, que en la primavera de 1918 mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo, más de 300.000 personas solo en nuestro país. Una enfermedad que no se originó en España (el primer caso fue en Estados Unidos), pero como país pobre, secundario y encima neutral, tuvo que cargar con la mala prensa.

 
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Publicado por en 22 septiembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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El miedo y el terror que provocaron los tanques de guerra la primera vez que aparecieron en un campo de batalla hace 100 años


BBC Mundo

«Los soldados alemanes sintieron el tipo de terror que da la superstición, hasta que la luz del día reveló su verdadera naturaleza».

 Aunque a primera vista eran impresionantes, no funcionaban muy bien.

Aunque a primera vista eran impresionantes, no funcionaban muy bien.

Así fue descrita la reacción ante los tanques de guerra que observaron las fuerzas británicas tras entrevistar a los prisioneros que tomaron el 15 de septiembre de 1916.

El tanque, que llegaría a tener un papel protagónico en las guerras y a darnos algunas de las imágenes más potentes del siglo XX, irrumpió por primera vez hace 100 años en la batalla del Somme, en Francia,una de las más sangrientas de la Primera Guerra Mundial.

Su debut fue un acto desesperado de generales, un experimento desordenado, con resultados cuestionables.

Un grupo selecto de jóvenes fueron los primeros en sentir su influencia terrible, que les cambió la vida para siempre.

El arma de los británicos que atemorizaba a los alemanes en la Primera Guerra Mundial

«Sección Pesada»

William Dawson nació en Boston, en Lincolnshire, Inglaterra, y era el mayor de cuatro hermanos. Su padre se había ahogado en el mar en 1898, cuando él tenía 10 años, por lo que tan pronto como dejó la escuela, empezó a trabajar para mantener a la familia.

Encontró el empleo con una compañía naviera, pero lo que más le interesaba eran los motores.

A principios de 1916 respondió a un anuncio en la revista Motor Cycle, en el que la unidad del Ejercito Británico en la Primera Guerra Mundial MMGS (Motor Machine Gun Service) solicitaba reclutas con inclinación por la mecánica para un servicio intrigantemente vago.

En mayo fue transferido a la «Sección Pesada» de MMGS.

Unos días más tarde Dawson estaba en un campo de entrenamiento en Suffolk escuchando «una charla muy seria de alguien que nos decía que el nuevo proyecto era tan, tan secreto que no podía darnos detalles, pero que era muy importante».

«El lugar secreto en el que estábamos era muy grande y el perímetro estaba vigilado día y noche por 500 o más reservistas totalmente armados con fusiles y municiones», escribió años más tarde.

«Una mañana temprano, justo después de la luz del día, nos despertó un ruido y un traqueteo de unos motores».

«Todos salimos entusiasmados de las tiendas de campaña, con lo que habíamos dormido, y allí estaban los primeros tanques«.

Tras describir su apariencia como «extraordinaria», agregó: «Inmediatamente empezamos a aprender cómo era su mecanismo y motor, y comenzamos a conducirlos por una pista con obstrucciones más de un metro de alto».

La idea de vehículos de combate blindados había estado presente desde la época de Leonardo da Vinci, pero al estallar la Primera Guerra Mundial, no eran mucho más que ciencia ficción.

Cruzar trincheras

No obstante, a medida que los combates en Francia y Bélgica se fue tornando en una guerra de trincheras, el concepto empezó a ganar partidarios.

Habiendo visto las condiciones en el Frente Occidental como corresponsal oficial del Ejército, el coronel Ernest Swinton podía presionar a favor de la construcción de tractores blindados para aplastar el alambre y cruzar las trincheras.

Se las arregló para atraer el apoyo de Winston Churchill, quien en ese entonces era Primer Lord del Almirantazgo.

A principios de 1915, el comité responsable le encargó a una empresa de maquinaria en Lincoln construir prototipos. Gran parte del trabajo de diseño fue realizado en una habitación de un hotel local.

Los tanques pasaron de la ciencia ficción a ser una realidad de acero en el espacio de seis meses.

A fiines de 1915 una máquina de 8 metros de largo y 28 toneladas de peso cruzó un sistema de trincheras maniquí en Hatfield, en Hertfordshire, Inglaterra.

A Lord Kitchener, el ministro de Guerra, le pareció que era «un juguete» y «sin valor militar serio», pero un representante del comandante en jefe Douglas Haig se limitó a decir: «¿Qué tan pronto podemos empezar a usarlos?«.

Para entonces la planificación de la ofensiva del Somme estaba en marcha.

A pesar de grandes esperanzas, las terribles pérdidas del primer día y la continuación de la lucha sangrienta significó que la necesidad de una arma nueva era más grande que nunca.

Nueva unidad del ejército

Al igual que con los tanques mismos, una unidad completamente nueva del Ejército, para un nuevo tipo de guerra, fue creada a toda prisa en cuestión de meses.

Tanto los 500 hombres como los 50 tanques estaban lejos de estar listos para el combate.

«Nuestro comandante, el subteniente Macpherson, era un joven bueno y simpático pero, así como nosotros, nunca había estado en un campo de batalla real antes», señaló Dawson.

«La información e instrucciones con respecto a los objetivos fueron totalmente inadecuadas».

Basil Henriques era de una clase social más alta. Fue nombrado teniente y comandante de tanques a los 25 años, a pesar de que también adolecía de la formación apropiada.

«No entrenamos nunca con la infantería y esa infantería, con la que íbamos a luchar, nunca habían oído hablar de nosotros antes de vernos en la batalla«.

A su llegada a Francia sólo había trabajado con su equipo una vez y ni siquiera habían usado las armas de fuego de su tanque.

Infernal

Una cosa era clara para todos: usar los tanques era infernal.

La tripulación de ocho personas iba en el compartimento de un tanque que no tenía ninguna suspensión y la visión era muy limitada. Cada viaje era ensordecedoramente ruidoso, lleno de humo y atropellado.

Estaban en los límites de la tecnología.

Los motores no eran fiables, la armadura era delgada, las tácticas eran conjeturas. La comunicación todavía se valía mayormente de señales con las manos o palomas.

Y eso sin que les hubieran empezado a disparar.

El 15 de septiembre 1916 casi todos los más o menos 50 tanques disponibles serían utilizados para tratar de capturar el pueblo de Courcelette.

Los primeros indicios no fueron auspiciosos. Por averías varias, sólo 31 máquinas llegaron a la línea de salida.

Reacción alemana

La reacción de los defensores alemanes al ver los tanques fue variada. Una guarnición simplemente huyó aterrada.

Pero otros atacaron a los tanques con cualquier cosa que tuvieran a mano: ametralladoras, pistolas, granadas y artillería.

El comandante, Macpherson, salió del tanque para informarle a sus superiores sobre lo que estaba pasando y lo mataron.

Henriques en el tanque C22 también estaba en el combate: «Íbamos aplastando alemanes al pasar pues no podíamos manejarlos bien».

Los proyectiles de las armas de fuego chocaban contra el tanque y él tenía que mirar a través de una rendija estrecha de vidrio para intentar ver al enemigo.

«Una violenta explosión hizo que entraran astillas y la sangre empezó a correr por mi cara. Paso seguido, nuestro prisma de vidrio se rompió en pedazos, y luego, otra gran explosión. Yo creo que una bomba estalló justo en mi cara«.

Con el tanque lleno de hombres heridos, Henriques se retiró.

No todo el mundo corrió con la misma suerte.

En llamas

Cyril Coles, que nació en Canford, Dorset, en 1893, se alistó en el ejército en febrero de 1916 y fue un artillero de tanque en Francia en agosto.

Su aparato era el D15. Se suponía que iba a ser uno de tres vehículos blindados que atacarían juntos, pero los otros se atascaron antes de cruzar la línea de salida en las zanjas de que dejaban las bombas.

Cuando D15 llegó a la primera trinchera alemana fue alcanzado por fuego de artillería.

La historia oficial de la batalla dice: «El comandante y su tripulación abandonaron el tanque en llamas, pero a dos de los hombres los mataron a tiros y los demás resultaron heridos».

Coles fue uno de los muertos. Ambos hombres fueron enterrados junto a la máquina destrozada.

Los investigadores del Museo del tanque piensan que Coles fue uno de los primeros hombres que operaron tanques muerto en combate.

Los cráteres combinados con el ataque enemigo, devastaron los tanques.

Cerca de 12 penetraron profundamente las líneas enemigas, pero la mayoría de ellos quedaron averiados. Sólo unos pocos estaban todavía en funcionamiento al día siguiente.

Los médicos le sacaron a Henriques le sacaron los trozos de vidrio de la cara.

La primera batalla de los tanques se llamaría la batalla de Flers-Courcelette y, según los estándares de la campaña Somme, fue considerada un éxito. Las nuevas máquinas, a pesar de graves deficiencias, habían mostrado potencial.

William Dawson y Basil Henriques sobrevivieron a la batalla y la guerra. Vieron cómo el tanque se convirtió en una parte cada vez más efectiva del Ejército, que jugó un papel importante para lograr la victoria en noviembre de 1918.

 
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Publicado por en 21 septiembre, 2016 en Noticias relacionadas

 

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Sin novedad en el frente: la vida del soldado en la Primera Guerra Mundial


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La Primera Guerra Mundial fue, con toda probabilidad, el acontecimiento más dramático del siglo XX. Es cierto: la violencia y la destrucción absoluta que acompañó a la Segunda Guerra Mundial ha difuminado a ojos de la Historia la importancia y la tragedia de la primera, pero fue ésta y no la otra la que supuso un cambio de paradigma, la que mostró por primera vez los horrores de la guerra industrial y la que puso a los soldados, como nunca antes, al borde de sí mismos.

El frente de la Primera Guerra Mundial, paralizado por las trincheras, fue una experiencia psicológica traumática para millones de soldados alemanes, franceses e ingleses. Esta es la historia de uno de ellos, a ojos de Erich María Remarque, quien volcó su propia experiencia en la batalla en el inolvidable libro ‘Sin novedad en el frente’.

Erich Paul Remark, conocido por su pseudónimo literario Erich María Remarque, acudió al frente occidental junto a millones de compatriotas alemanes, y cuando volvió escribió sus experiencias, pensamientos y emociones en ‘Sin novedad en el frente’, libro que le dotó de fama internacional.

¿Por qué? El trabajo de Remarque es tan memorable, tan esencial, porque relata los horrores, muchas veces meramente psicológicos, a los que toda una generación de jóvenes a un lado y a otro del frente tuvieron que soportar. Miles de imberbes que partieron contra el enemigo convencidos, por la patria, por sus padres, por sus profesores, por la prensa, de que iban a librar una guerra justa, necesaria y breve. Miles de chavales que se toparon con una guerra carente de sentido para ellos, eterna y ajena a su vida.

Remarque narró en las páginas de ‘Sin novedad en el frente’ la experiencia de la guerra moderna. La Primera Guerra Mundial supuso un cambio de paradigma: de los cánones bélicos clásicos a los modernos. Nunca antes países enteros habían visto reordenar sus vidas y sus economías hacia la guerra. Nunca antes la destrucción material y de vidas humanas había sido tan alta.

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La Primera Guerra Mundial: los porqués del drama

Numerosos autores han tratado esta cuestión, pero merece la pena citar aquí el canónico trabajo de Marc Ferro al respecto, en su imprescindible libro ‘La Gran Guerra: 1914-1918′. Cuatro años que borraron de un plumazo todo lo que los gobiernos europeos y las gentes de los países del continente creían que les iba a aportar la guerra.

La Primera Guerra Mundial fue la gran primera guerra de masas, e hizo saltar por los aires el frágil equilibrio geopolítico europeo de la época

Hay que tener presente que la Primera Guerra Mundial fue la primera guerra de masas. Antes de ella, en Europa, la última gran batalla se libró en Sedán, en 1870. La futura Alemania completaba su reunificación a costa de la Francia de Napoleón II, y con ella se abría un periodo de 50 años de paz (salpicada de conflictos menores como la guerra entre España y Estados Unidos o la guerra ruso-japonesa).

En 1914, el delicado equilibro político entre los grandes imperios estallaba tras años de tensiones irresueltas, y las poblaciones de los Estados, adoctrinadas por la instrucción y los efervescentes medios de comunicación, animaron y apoyaron en gran medida el inicio de la hostilidades.

¿Qué descubrió Remarque, y por extensión miles de soldados europeos, en el frente? Que aquel conflicto era terrorífico: metralla, granadas, obuses, gases venenosos. Nada de romántico tenía ya la guerra, cuando la defensa francesa consiguió estabilizar el frente tras el fallido plan Schlieffen de los alemanes.

A partir de ahí las trincheras: días, meses, años atrapados en pequeños cobertizos, diminutos refugios de barro, amenazados diariamente por miles de explosivos, por los ataques aéreos y la progresiva carencia de alimentos y reclutas. Aquellos jóvenes soldados que partieron de las estaciones de trenes a uno y otro lado de Los Vosgos sonriendo se sentían estafados por quienes habían instigado la guerra.

En las páginas de ‘Sin novedad en el frente’, el joven protagonista despliega su desesperación por una guerra que consume sus días, a sus compañeros y su juventud. La juventud se presentaba para los soldados que combatieron en el frente como el mito perdido que jamás volverá: los días tranquilos en la escuela, la paz y la calma en su antiguo pueblo, los hábitos de juventud, los sueños, el futuro.

El frente: lo único importante para el soldado

Todo aquello desapareció de un plumazo para millones de combatientes que se dejaban la vida, la juventud y el alma en el frente. Convertidos en autómatas, absorbidos por la magnificencia y el terror de una guerra descorazonadora, se veían incapaces de reintegrarse en la sociedad y traicionados por sus generaciones superiores.

La vida del soldado quedaba recluida al frente. Allí tenía sus amistades, más o menos efímeras. Allí se sentía cómodo: en los días de retaguardia, en los barracones, viendo la vida pasar, esperando volver a las trincheras. Allí encontraba el miedo, la espera y, entre ambos acontecimientos, a sí mismo, enraizado en sus pensamientos, en sus recuerdos, tratando de sobrevivir a todo lo que poco a poco se adueñaba de su alma. Allí aprendía a convivir con la muerte, contemplaba atrocidades y dejaba de horrorizarse.

En el frente más que en ningún otro sitio, todos aquellos jóvenes dejaron de ser jóvenes y pasaron a ser viejos. Viejos sin nada ni nadie en que creer, más allá de sus compañeros, su fusil y su artillería.

La soledad en el frente alimentaba el sentimiento de los soldados, que encontraron en la camaradería el último de los recursos emocionales

Este choque generacional y este profundo shock psicológico provocaría posteriormente heridas de las que Europa aún se rehace. La inmovilidad del frente, el enclaustramiento de los refugios subterráneos y el atroz fuego de artillería, junto a las posteriores cargas ofensivas, minaban la moral de los combatientes, su esperanza y consumía todo aquello cuanto fueron una vez.

El frente era un fin en sí mismo, porque asomados al borde de las catacumbas de la humanidad no podían reinsertarse más tarde en la sociedad. Años después, esto provocaría fuertes traumas en la sociedad europea y favorecería el surgimiento del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania (siendo ambos fenómenos mucho más complejos que, por descontado, no se explican sólo por estos hechos).

Este fue el destino de miles de personas durante la Primera Guerra Mundial. El desencanto y la idea de una generación estafada. Las atrocidades de la guerra industrial y la pérdida de la confianza en las estructuras sociales y políticas tradicionales.

El debilitamiento de las democracias, íntimamente ligado a lo anterior. El desencanto por el mundo existente y la construcción, desde el dolor y la rabia, de uno nuevo, más atroz. No es de extrañar que el nazismo y el fascismo se apoyaran en el mito de la juventud y en muchos excombatientes de la Primera Guerra Mundial: buscaban lo que la guerra les había arrebatado para siempre. La juventud perdida, su mundo, lo que poseían, destruido. El fin de una era: la Primera Guerra Mundial.

 
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Publicado por en 18 abril, 2016 en Noticias relacionadas

 

El hipnótico camuflaje antisubmarinos de los barcos británicos en la Primera Guerra Mundial


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A principios de 1917, superado ampliamente el ecuador de la Primera Guerra Mundial, la situación de Alemania empezaba a ser desesperada y el káiser Guillermo autorizó una nueva estrategia para combatir en el mar y para hacer frente a la cada vez más abrumadora superioridad de sus enemigos: una guerra submarina abierta y sin restricciones en la que cualquier buque sería susceptible de resultar torpedeado. Como consecuencia de ello, el porcentaje de hundimientos de mercantes británicos -una quinta parte hasta entonces- se disparó a una media de 23 semanales, que sumaron casi un millar al final de ese período.

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Para Gran Bretaña, navegar se convirtió en un riesgo serio de acabar en el fondo del océano si algún U-Boot rondaba cerca, así que se imponía tomar algún tipo de medida para contrarrestar la situación. Uno de los intentos de respuesta fue la llamada Dazzle Section, una nueva división naval mercante que le fue presentada al rey Jorge V a finales de octubre durante una visita por el puerto. El monarca pudo ver in situ una pequeña nave que, a manera de modelo, había sido pintada de una forma completamente diferente a lo visto hasta entonces y, desde luego, muy alejada del clásico gris metal.

De hecho, resultaba bastante estrambótica, con una auténtica explosión de rayas en contrastante blanco y negro dispuestas en todas direcciones. El barquito estaba colocado sobre una plataforma giratoria pero de forma que a su alrededor sólo se viera mar, tal cual estuviera navegando. Invitaron entonces a Jorge V a que calculara su orientación observando por un periscopio que se encontraba a 3,5 metros de distancia. El soberano había servido en la Royal Navy antes de suceder en el trono a su hermano mayor, por lo que sabía lo que hacía: “Sur-oeste” fue su contestación.

Norman Wilkinson, jefe del nuevo departamento, le corrigió: “Este-sureste”. No es que el rey hubiera perdido facultades; es que había sido engañado por la insólita pintura del barco. El efecto Dazzle, palabra traducible como deslumbramiento, se basaba en una novedosa idea: en vez de camuflar el navío, algo que resultaba imposible ante los submarinos, hacía lo contrario, que era remarcar su presencia pero para confundir al enemigo y camuflar su rumbo y posición.

Esto se explica porque los artilleros de los U-Boote tenían que disparar desde una distancia aproximada de 1.900 metros, no sólo para no exponerse a ser descubiertos sino también porque los torpedos requerían recorrer una distancia mínima antes de armarse. De ahí la necesidad de calcular con cierta precisión dónde estaría el objetivo según su derrota; aparte de disponer de sólo medio minuto para todo ello -so pena de que la estela del periscopio fuera avistada- y de que los submarinos únicamente llevaban una docena de torpedos que no se debían desperdiciar.

Según Wilkinson, aquella pintura podía distorsionar la posición del barco, a ojos de un submarino, entre 8 y 10º. Suficiente para hacerle fallar el tiro -bien total, bien parcialmente- y ponerse a salvo. El contraste de capas de colores dispuestas en formas geométricas confunden la visión y hacen difícil calcular las dimensiones del buque, sus formas y su dirección. Por ejemplo, pintando curvas en determinados sitios se crea la sensación de una roda tajando las olas, al imaginar la proa donde en realidad no está. Para el observador resulta complicado establacer dónde se hallan exactamente los extremos de la nave, si hay más de una, qué parte es la proa y cuál la popa… Unas rayas pintadas en la chimenea inducen a pensar que lleva un rumbo opuesto al verdadero.

El efecto Dazzle es un concepto que se suele definir como de perspectiva inversa o forzada, una ilusión óptica parecida a la de la típica foto de un turista sujetando la Torre de Pisa. No obstante, el sistema tenía sus limitaciones y sólo era útil contra los submarinos, ya que éstos obsevaban a través de un periscopio y desde abajo, pero superaba todos los intentos anteriores para camuflar barcos, algunos tan sorprendentes -y poco prácticos- como recubrirlos de espejos, taparlos con lonas que asemejaban nubes o islas e incluso disfrazarlos como ballenas (!).

Wilkinson, pintor aficionado (foto anterior) y marino que se había alistado como voluntario al estallar la guerra, recogió y perfeccionó la idea sobre camuflaje que antes había formulado sin demasiado éxito un naturalista escocés llamado John Graham Kerr. Aquel pequeño barco que engaño a Jorge V, bautizado HMS Industry, fue botado en mayo de 1917 para ampliar el experimento: tenía que navegar por la costa británica para comprobar cómo lo distingúian los patrulleros y guardacostas. Los resultados debieron ser satisfactorios porque en octubre se le pidió a Wilkinson que preparara el camuflaje de medio centenar de buques de transporte de tropas.

Un equipo compuesto por 19 personas, entre ellas 5 artistas y otras 11 estudiantes de arte -una de las cuales terminaría siendo la señora Wilkinson-, preparó los diseños que debían aplicarse a los barcos. Todos diferentes para evitar que las tripulaciones alemanas se acostumbraran a ellos y porque debían adaptarse a las características morfológicas de cada unidad. Del papel se pasaron a modelos a escala para comprobar que daban el resultado apetecido y de ahí a los auténticos buques, pintados en dique seco. Para el mes de junio de 1918 se habían camuflado 2.300 unidades, que serían el doble antes de acabar la guerra.

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También se intentó aplicarlo a los barcos de Estados Unidos. Sin embargo, parece ser que los militares estadounidenses no se lo tomaron demasiado en serio, salvo los que lo consideraron directamente ofensivo. Se conserva correspondencia de algunos mandos en los que constan burlas al respecto, llamando a las embarcaciones así pintadas jazz ships . No sólo los militares; la prensa en general se tomó el asunto a chirigota, con caricaturas y alusiones simplonas al arte contemporáneo y a Picasso. No ocurrió igual con las compañías aseguradoras: se redujeran o no los hundimientos, sí que se notó que el sistema subía la moral a bordo y, en consecuencia, rebajaron sus pólizas.

Al respecto hay cierta polémica. Las estadísticas recogidas por el Almirantazgo británico registraron un 10% menos de hundimientos en el primer trimestre de 1918 respecto al mismo período del año anterior: un 62% frente a un 72%. Sin embargo, durante el trimestre siguiente se invirtió ese resultado. En 1919 se hizo un estudio de laboratorio en condiciones similares a las que afrontó Jorge V y pareció confirmarse que el modelo inducía a errores de hasta 58º, lo que resulta significativo porque, como decíamos antes, 10º se consideraban suficientes para errar el tiro. En 2011, la Universidad de Bristol hizo un nuevo estudio y también sacó conclusiones positivas, aunque los expertos creen que nunca se podrá determinar con exactitud si la extraña pintura incidió o no en los ataques alemanes.

Al acabar el conflicto Wilkinson y Kerr mantuvieron cierto enfrentamiento por la paternidad de la idea, que se zanjó con la victoria del primero reconocida por la Marina. Pero no tardó en estallar la Segunda Guerra Mundial y la pintura Dazzle tuvo ocasión de volver a vivir una nueva edad dorada. Efímera, eso sí, porque se impuso la realidad de que mantenerla tanto tiempo era muy costoso, así que se retornó a los cascos de sobrio color gris.

 
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Publicado por en 18 abril, 2016 en Noticias relacionadas

 

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