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03 de Abril de 1916 – La negativa griega


La negativa griega

Desde el inicio del desembarco de tropas de la Entente Cordiale a principios de Octubre de 1915 en el puerto del neutral Puerto griego de Salónica, varios acontecimientos han sucedido. A los pocos días, el Primer Ministro Liberal y partidario de la acción Elefetherios Venizelos renuncio como parte de una estrategia política, lo que permitió al neutralista y germanófilo Rey Constantino I, designar para al cargo a alguien de su agrado.

Por su parte las fuerzas francesas que habían cruzado la frontera en apoyo de sus aliados serbios, debieron retroceder luego de la Batalla de Krivolak ante los búlgaros, corriendo igual suerte los británicos en la de Kosturino. Ante este fracaso, el comandante en jefe, General Maurice Sarrail ordenó la retirada y el atrincheramiento alrededor de la ciudad-puerto.

El último día de 1915, tres aviones alemanes lanzaron un par de bombas, que no ocasionaron ningún tipo de daño, sin embargo, la reacción del General Sarrail, amo y señor, fue la de arrestar a los cónsules de las Potencias Centrales acusándolos de espías y saboteadores, embarcándolos rumbo a Marsella. Tres días después el Gobierno del recientemente designado como Primer Ministro Stephanos Skouloudis protestó de manera enérgica lo que consideraba un verdadero atropello a la soberanía de su país. Sin embargo, lo peor aún estaba por venir, ya que el día 11 de Enero de 1916, tropas francesas desembarcaban y tomaban posesión de la Isla de Corfú, sobre el Mar Jónico, con el objetivo de ayudar a la evacuación serbia que se inicio cuatro días después. Una vez más el Gobierno Griego protestó, decisión respaldada de manera firme por el Rey Constantino I quien el 20 de Enero en una entrevista ante medios estadounidense acuso a la Entente de tratar a su país del mismo modo que el Imperio Alemán hacia con Bélgica. Pese a esto, los reclamos cayeron en saco roto.

Poco menos de un mes después, tropas británicas desembarcaban en la Isla de Chios, frente a las costas del Imperio Otomano, haciendo caso omiso una vez más a la soberanía griega.

La desconfianza del Rey Constantino I hacia los aliados se han intensificado con el correr de los meses, con su consentimiento, el Ejército en su gran mayoría pro-germano realiza tareas de inteligencia enviando información muchas veces errónea a Berlín, donde los oficiales de inteligencia la comparten con sus colegas búlgaros. Sin dudas el monarca apoya la causa de las Potencias Centrales. Un caso claro es el del Teniente Avdis quien es descubierto interviniendo las líneas telefónicas del cuartel del General Sarrail, quien de inmediato lo remite a Atenas, donde será condecorado en abierta provocación, por el mismo Constantino con la Orden del Salvador.

Durante los siguientes meses, mientras que las fuerzas búlgaras por consejo de los asesores militares alemanes no cruzaban la frontera para evitar violar la neutralidad, las fuerzas de la Entente continuaban fortificando los alrededores de Salónica, un terreno llano, abierto, que está casi desprovisto de árboles, con vegetación de matorrales que no ofrece ninguna sombra en el calor del día. Pero este paisaje inhóspito es también el mejor lugar en el que el Ejército de Serbia, que se recupera de la pérdida de su país en Corfú, podría volver para luchar contra sus enemigos.

Las potencias de la Entente han presionado a Grecia para que los serbios viajen de nuevo por tierra, utilizando el ferrocarril, a través del país todavía neutral, evitando así los submarinos alemanes en el Mediterráneo. Sin embargo el 03 de Abril de 1916, el Primer Ministro Skouloudis niega su solicitud en un lenguaje diplomático sumamente humilde, luego que un día antes, los diputados que representaban a la región pedían la evacuación de los civiles por temor a las acciones bélicas. Las Potencias Centrales, afirma, sin duda van a ver tal disposición como un acto hostil por lo que dejarían de reconocer la neutralidad griega. No del todo sin razón, Skouloudis también se preocupa que el aumento del tráfico ferroviario sobrecargue el sistema y moleste a población local, además los soldados hambrientos van a poner más énfasis en la seguridad alimentaria ya complicada en toda la nación.

Otro temor, es que pese a las afirmaciones del Káiser Guillermo II, que su aliado búlgaro no va a invadir el territorio griego, la dura política establecida en el territorio de la recién conquistada Macedonia contra la minoría griega por parte del gobierno del Rey Ferdinand I, generan muchas dudas y sospechas, pese a la promesa realizada el mismo día, al embajador en Sofía, por parte del Primer Ministro Vasil Radoslavov.
Pese a la negativa del Gobierno Griego, el mando aliado continúa adelante con los preparativos necesarios para el traslado de las tropas serbias desde Corfú hacia Salónica, ansiosas por entrar en combate.

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Panorámica de la ciudad-puerto de Salónica.
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Tropas búlgaras atrincheradas en la frontera con Grecia.
 
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Publicado por en 3 abril, 2016 en 1916

 

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29 de Enero de 1916 – Incidentes en Lausana


Incidentes en Lausana

Desde su creación en 1291, exceptuando el periodo de 1798-1803, en el que se convirtió en una república satélite de Francia, la Confederación Helvética, compuesta por cantones en su mayoría de habla germana, como así también francesa, italiana y el dialecto reto-románico, mantuvo su independencia y su postura de paz, no participando en ningún tipo de conflicto que se sucedieron a lo largo de los años en el continente europeo. Esta posición le permitió sobretodo desde mediados del siglo XIX, un importante despliegue turístico y principalmente financiero.

Durante la llamada “Crisis de Julio” de 1914, el Bundesrat (Consejo Federal), compuesto por siete ciudadanos que a la vez designaban a un Presidente, en este caso el germano-parlante Arthur Hoffman, y a un vicepresidente el italo-parlante Giuseppe Motta, seguía con suma atención el desenvolvimiento de los acontecimientos dado que su territorio montañoso se encontraba rodeado por una potencia integrante de la Entente Cordiale (La Tercera República Francesa) y por los tres miembros de las Potencias Centrales, los Imperios Alemán y Austro-Húngaro y el Reino de Italia, aunque esté último tenía cuentas pendientes con sus socios.

El 31 de Julio de 1914, por unanimidad el Bundesrat ordeno el llamado de las fuerzas armadas, y el 03 de Agosto, cuando la mayoría de las potencias europeas ya se habían declarado la guerra, decretó la movilización general y el llamado de las milicias. Ese mismo día en base a su particular sistema, el General Ulrich Wille, fue elegido en una votación para estar a cargo del Ejército, designando como su adjunto al General Friedrich Brügger.

El nuevo comandante había sido uno de los principales impulsores de la llamada “prusianización” del Ejército Suizo, cultor de una férrea disciplina, curso varios estudios en diferentes academias militares del Imperio Alemán, y en 1912, tuvo el honor de ser uno de los pocos extranjeros en dirigir a un cuerpo armado en las grandes maniobras militares organizadas por el Ejército del Káiser. Es por ello que en base a estos antecedentes, sin dudas su simpatía estaba con las Potencias Centrales, sin embargo fue un férreo defensor de la tradicional política de neutralidad.

Con el correr de os días, fueron movilizados 250.000 soldados junto a 77.000 caballos, a la vez que el entusiasta pionero de la aviación, Oskar Bider junto con otros pilotos se reunieron en Berna conformando la Fuerza Áerea siendo él designado como su primer comandante
Mientras que el OHL- Oberste Heeresleitung (Alto Mando Alemán) nunca tuvo interés sobre el territorio suizo, el Grand Quartier Général (Alto Mando Francés) había desarrollado una serie de posibles planes para invadir el territorio suizo en una maniobra envolvente para avanzar contra la retaguardia alemana, sin embargo fueron desechados al estancarse el frente que se convirtió en una sucesión de trincheras desde el Canal de la Mancha hasta la frontera con Suiza.

El ingreso a la guerra por parte del Reino de Italia en el bando de la Entente Cordiale no hizo más que generar problemas de tirantez entre las diversas nacionalidades que conformaban a la población suiza.

En la mañana del 29 de Enero de 1916, una multitud de la ciudad francófona de Lausanne capital del cantón de Vaud, compuesta en su mayoría por jóvenes estudiantes y obreros, atacó el consulado alemán, que había desplegado una gran bandera en conmemoración al cumpleaños del Káiser Guillermo II, que fue arriada y pisoteada siendo izada en su lugar la enseña nacional, además el escudo de armas fue apedreado.

De inmediato la policía intervino en el disturbio, expulsando a los manifestantes y protegiendo el edificio, por su parte el Bundesrat se reunió de urgencia para discutir sobre la delicada situación acaecida, se decidió que el encargado del Departamento de Asuntos Exteriores, quien a la ves era el presidente, el Dr. Hoffmann enviase una nota de disculpas a su contraparte alemana, Gotlieb von Jagow, a través de su embajador Alfred de Claparede en la que hacia expresa mención en que el Gobierno de la Confederación Helvética desaprobaba de manera terminante los disturbios sucedidos, a la vez que prometió abrir una seria investigación para determinar a los responsables. AL mismo tiempo convocó al embajador alemán Barón Gisbert von Romberg para expresar las disculpas de manera personal.

Esa misma tarde, las autoridades del cantón de Vaud encabezadas por su presidente rotativo Alphonse Dubuis, y del municipio de Lausanne encabezada por su Mayor Paul Maillefer se reunieron en el Hotel Ville con el cónsul alemán para solidarizarse, demostrando de esta manera la intención de evitar cualquier tipo de tensión entre el gobierno suizo y el alemán.

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Crónica del periódico británico Daily Telegraph sobre el ataque al consulado alemán en Lausana, Suiza.
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  Dibujo de un diario francés sobre el hecho acontecido.
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Foto en que muestra a un ciudadano arriando la bandera del Imperio Alemán frente al consulado.
 
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Publicado por en 29 enero, 2016 en 1916

 

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18 de Septiembre de 1915 – Ofensiva Sventiany. La caída de Vilna (Vilnius)


Ofensiva Sventiany. La caída de Vilna (Vilnius)

El 08 de Septiembre de 1915, las fuerzas de caballería del Xº Ejército Alemán del Teniente General Hermann von Eichorn lanzaron una ofensiva en el norte del Frente Oriental, con el objetivo de aprovechar la brecha que se había establecido entre los ejércitos rusos 10º, del General Yevgeniy Radkevich y 5º del General Pavel Plevhe.

Entre las jornadas del 09 y 10 de Septiembre, los históricos regimientos, que eran los favoritos del Kaiser Guillermo II, lucharon encarnizadamente con los defensores rusos que pese a la sorpresa, resistían denodadamente, sin embargo, al día siguiente se retiraron al nor-oeste de Vilna o Vilnius, histórica ciudad, antigua capital del Gran Ducado de Lituania.

El 12 de Septiembre, las fuerzas alemanas alcanzaron la estratégica línea ferroviaria, Wilna-Dvinsk, en las cercanías a la aldea de Svyentsyani. Ante este éxito, el Teniente General von Eichorn, decidió enviar al día siguiente, dos divisiones de caballería en refuerzo de las cuatro que habían lanzado la ofensiva. Sin embargo no pudo sumarle unidades de infantería ni de artillería, dado que estaban sumamente retrasadas.

Sin embargo, a pesar de los contratiempos, parecía que la ofensiva alemana no se detendría, ya que el 14 de Septiembre, el avance fue importante, obligando una vez más a las fuerzas rusas a emprender la retirada, aunque de manera ordenada, a diferencia de otros sectores del vasto frente.

Luego de una semana de combates, el 15 de Septiembre, el Teniente General von Eichorn, se reunió junto a su Estado Mayor y a los comandantes de los cuerpos de su Xº Ejército, para planificar una nueva ofensiva que tendría como objetivo a las fuerzas rusas de los grupos armados en Dvinsk y Wilna. Esa misma tarde, sus vanguardias lograron ocupar la pequeña población de Pinsk. Para el 16 de Septiembre, la situación era sumamente crítica, sin embargo la dureza y estoicidad del soldado ruso, aún permitía que las retiradas fuesen ordenadas, como la iniciada al día siguiente en un vasto sector del frente, entre los ríos Vilia y Pripet.

Finalmente en la madrugada del 18 de Septiembre de 1915, las vanguardias de los célebres regimientos de Uhlans, entraron al trote por las calles de Wilna que había sido evacuada en la jornada anterior por las autoridades y unidades zaristas que retrocedían en dirección a Minsk. Sus orgullosos habitantes, en su gran mayoría de origen lituano, LOS recibieron de buena manera, ya que los consideraban como libertadores, de la opresión de los zares rusos que habían soportado desde hacia varias generaciones.

La ofensiva elaborada por el OHL-Oberste Heeresleitung (Alto Mando Alemán) comenzaba a dar sus primeras victorias, sin embargo el amplio avance comenzaba a cansar a hombres y cabalgaduras, además la falta de apoyo de la infantería como artillería, era sumamente peligroso ante un contraataque enemigo.

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Tropas alemanas desfilando por las calles de Wilna (Vilnius).
 
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Publicado por en 18 septiembre, 2015 en 1915

 

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Otto von Bismarck


Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen, Príncipe de Bismarck y Duque de Lauenburg (Schönhausen, 1 de abril de 1815–Friedrichsruh, 30 de julio de 1898) conocido como Otto von Bismarck, fue un estadista, burócrata, político y prosista alemán, considerado el fundador del Estado alemán moderno. Durante sus últimos años de vida se le apodó el «Canciller de Hierro» por su determinación y mano dura en la gestión de todo lo relacionado con su país, que incluía la creación de un sistema de alianzas internacionales que aseguraran la supremacía de Alemania, conocido como el Reich.

320px-Bismarck_pickelhaubeCursó estudios de leyes y, a partir de 1835, trabajó en los tribunales de Berlín y Aquisgrán, actividad que abandonó tres años más tarde para dedicarse al cuidado de sus posesiones territoriales. En 1847 entró a formar parte del parlamento prusiano, donde muy pronto se convirtió en líder del ala conservadora. Se enfrentó duramente a la revolución de 1848, y por esa época comenzó a perfilar lo que sería su principal objetivo político: la unificación de Alemania y la creación del Reich desde preceptos autoritarios y antiparlamentarios.

En 1862, tras ser nombrado primer ministro de Prusia, emprendió una importante reforma militar que le permitió disponer de un poderoso ejército para llevar a cabo sus planes de unificación alemana. De esta forma, en 1864 consiguió arrebatar a Dinamarca los ducados de Lauenburgo, Schleswig y Holstein y, dos años más tarde, después de la lucha contra Austria, consiguió la anexión de Hesse, Fráncfort, Hannover y Nassau, lo que dio lugar a la creación de la Confederación de Alemania del Norte, con Bismarck como canciller. Por último, la guerra contra Francia supuso la adhesión de Baviera, entre otros estados, y en 1871 se proclamó el Segundo Imperio Alemán en el Palacio de Versalles de París. Bismarck se convirtió en primer ministro de Prusia y canciller. Durante los 19 años que se mantuvo en el poder llevó a cabo una política conservadora, enfrentándose inicialmente a los católicos y combatiendo a la socialdemocracia. Fue también el organizador de la Triple Alianza, con Italia y Austria-Hungría, creada en 1882 para aislar a Francia.

La política interior de Bismarck se apoyó en un régimen de poder autoritario, a pesar de la apariencia constitucional y del sufragio universal destinado a neutralizar a las clases medias (Constitución federal de 1871). Inicialmente gobernó en coalición con los liberales, centrándose en contrarrestar la influencia de la Iglesia católica (Kulturkampf) y en favorecer los intereses de los grandes terratenientes mediante una política económica librecambista; en 1879 rompió con los liberales y se alió con el partido católico (Zentrum), adoptando posturas proteccionistas que favorecieran el crecimiento industrial alemán. En esa segunda época centró sus esfuerzos en frenar el movimiento obrero alemán, al que ilegalizó aprobando las Leyes Antisocialistas, al tiempo que intentaba atraerse a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento.

En política exterior, se mostró prudente para consolidar la unidad alemana recién conquistada: por un lado, forjó un entramado de alianzas diplomáticas (con Austria, Rusia e Italia) destinado a aislar a Francia en previsión de su posible revancha; por otro, mantuvo a Alemania apartada de la vorágine imperialista que por entonces arrastraba al resto de las potencias europeas. Fue precisamente esta precaución frente a la carrera colonial la que le enfrentó con el nuevo emperador, Guillermo II (1888-1918), partidario de prolongar la ascensión de Alemania con la adquisición de un Imperio ultramarino, asunto que provocó la caída de Bismarck en 1890. Al faltarle el apoyo del emperador Guillermo II, quien había subido al trono en 1888, Bismarck presentó su dimisión en 1890 y se retiró a vivir al campo. Falleció en Friedrichsruh el 30 de julio de 1898 a los 83 años de edad.

 
 

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El autócrata de la Primera Guerra Mundial


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  • Con motivo de los 100 años de la Primera Guerra Mundial aparecen nuevas biografías del káiser Guillermo II, que esbozan varios elementos en común con Hitler.

Ahora que se cumplen 100 años de la Primera Guerra Mundial, aparecen múltiples teorías sobre el origen de este conflicto. Lo que prácticamente todas tienen en común es que aunque no hubo un único responsable, el káiser alemán Guillermo II fue el principal causante de esa hecatombe. En teoría la guerra estalló cuando un terrorista serbio asesinó en Sarajevo al heredero del trono austrohúngaro, Francisco Fernando. El magnicidio le permitió a este declararle la guerra a Serbia para ponerle un tatequieto a las pretensiones independentistas de los balcanes.

Pero como Serbia era protegida de Rusia, el emperador austrohúngaro Francisco José, de 86 años, no se hubiera atrevido a exponerse a una guerra contra el zar Nicolás II si no contaba con el apoyo incondicional de Alemania. El imperio creado años atrás por Otto von Bismarck se había convertido en una potencia económica pero quería más territorios y más colonias. La única forma de conseguir eso era un triunfo en el campo de batalla. Por eso Alemania se entusiasmó con el apoyo a Austria como excusa para entrar en el conflicto que consideraba necesario para su expansión imperial.

Por lo tanto la figura central de la Primera Guerra fue el káiser Guillermo II, quien al apoyar a Austria-Hungría contra Serbia hizo que Rusia, la tradicional defensora de los pueblos eslavos, le declarara la guerra a la primera. Esto a su turno hizo que Alemania le declarara la guerra a Rusia por solidaridad con Austria-Hungría, y como Rusia y Francia tenían una alianza de ayuda mutua, el káiser también le declaró la guerra a Francia. Pero atacar a Francia requería pasar por Bélgica, y los ingleses, que se habían comprometido a defender la neutralidad de ese pequeño país, tuvieron que entrar a la guerra cuando las tropas alemanas lo invadieron. Como consecuencia, una guerra que pocos esperaban y muchos creían  que iba a durar unas pocas semanas, duró cuatro años y produjo 10 millones de muertos, cifra sin antecedentes hasta esa fecha.

¿Quién era Guillermo II, cuya aventura bélica significó el fin no solo del imperio alemán, sino del austro-húngaro, el ruso y el otomano? Primero habría que decir que era primo de las personas a las cuales combatió. Como su mamá era hija de la reina Victoria de Inglaterra, era primo hermano del rey de ese país. En las cartas que se cruzaban, el uno firmaba Georgie (Jorge V) y el otro firmaba Willy (Guillermo II). Y como dato curioso, Jorge V de Inglaterra era también primo hermano del zar de Rusia, pues los dos eran hijos de dos hermanas y princesas de Dinamarca. Por lo tanto en la correspondencia el zar Nicolás II era conocido como Nicky. De ahí que el mayor desastre que hubiera conocido la humanidad hasta 1918 fuera una guerra entre tres primos, Willy, Nicky y Georgie.

Hijo de Federico III de Prusia y Vicky, hija de la reina Victoria de Inglaterra, Guillermo (Willy) era el llamado a unificar a dos potencias europeas, pero tuvo problemas desde el parto. Como resultado, su brazo izquierdo era pequeño y casi inservible. Nunca superó el complejo, nunca olvidó que el médico era británico, y trató de eclipsar el hecho con actuaciones extravagantes por el resto de su vida.

En 1863, a los cuatro años de edad, el futuro monarca alemán apareció por primera vez en público en Inglaterra. Fue en el matrimonio de su tío Bertie, el hijo mayor de la Reina Victoria –luego rey Eduardo VII-, con la princesa Alejandra de Dinamarca, la ‘Lady D’ de su época por la popularidad que tenía entre el público británico. Durante la ceremonia, Willy mordió a uno de sus tíos en la pierna y también arrojó un bastón al centro del corredor por donde pasaban los novios.

En Wilhelm II: Into the Abyss of War and Exile 1900-1941, una trilogía escrita por el académico John Röhl, los detalles de la vida del monarca que saltan a la luz permiten analizar de qué manera los complejos y la dualidad de amor y odio con Inglaterra lo llevaron a impulsar un conflicto catastrófico.

En 1888,  a sus 29 años, asumió el trono tras la muerte de su padre Federico III, a quien veía como un perdedor liberal. Llegó decidido a dar poder y prestigio a la Alemania unificada y aclaró que el Reich sería un estado militar. Añoraba la aprobación y afecto de su pueblo, pero creía que el poder real nacía de un monarca apoyado por una Armada fuerte.

Era bajo de estatura, de ojos azules agitados, pelo café rizado y un tupido bigote cuyos extremos apuntaban al cielo. A pesar de su presencia física siempre fueron más notables sus actitudes. Si se reía, tiraba su cabeza hacia atrás, abría su boca al máximo y golpeaba el piso con un pie. Actuaba con amplificación y agitaba su dedo índice en la cara de quien pretendía convencer. Un aficionado inglés a los yates que navegó con él lo describió como alguien “apuesto, de cuello más bien corto y con un desbalance debido a su brazo corto. Hablaba inglés muy bien, sin acento alemán, y se enorgullecía de utilizar frases coloquiales y expresiones de jerga en inglés, que en su afán de copiar, a menudo decía mal. Su admiración por los ‘gentlemen’ ingleses era extrema”.

En 1891 dio la bienvenida a un grupo de soldados nuevos en Potsdam con palabras cuestionables: “Me han jurado su fidelidad. Se han entregado de alma y cuerpo, y solo tienen un enemigo, mi enemigo. Con la presente agitación socialista, puede darse que les ordene que le disparen a sus propias familias, a  sus hermanos o a sus padres –ojalá Dios lo evite-, y tendrán que obedecer a mis órdenes sin murmurar”.

El mismo año aseguró que sobre él pesaba una terrible responsabilidad frente al Creador, de la cual no había ministro, parlamento o nación que lo liberara. Guillermo II expresó así su desdén por el Reichstag. Él era el líder y no aceptaba a nadie más. Recién un año antes, en 1890, había prescindido de una figura como Bismarck, el unificador de Alemania, quien había creado una Constitución que daba tímidos poderes al reichstag y máximo poder al canciller (primer ministro). Ese poder que Bismarck había diseñado para sí mismo, ahora estaba en manos del impredecible káiser.

Y fue un reinado desenfrenado. Röhl asegura en su biografía que Guillermo era inteligente y dominaba  asuntos militares, artísticos e históricos, pero era un histérico egoísta que vacilaba y parecía carecer de juicio alguno. Hacía cosquillas a sus generales, golpeaba con su bastón el trasero de varios de sus invitados, adoraba echarse pedos, y disfrutaba el humor anal y de los travestis. Más grave aún, era un antisemita consumado. Luego de abdicar, plantó una semilla al afirmar que Alemania debía librarse de los judíos por medio de envenenamiento a gas.

Durante el punto más alto de su dominio, en 1908, su más cercano consejero se vio envuelto en un escándalo de promiscuidad homosexual. El hecho lo desestabilizó, pues bajo presión mediática se vio obligado a reemplazarlo. Quedó claro que Guillermo II era un hombre de contrastes que  admiraba a su abuela inglesa pero odiaba a su madre inglesa, y mientras era un monarca de corte conservador su mejor amigo era homosexual.

Thomas Weber, historiador de la Universidad de Aberdeen y académico del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard, dijo a SEMANA que “la naturaleza explosiva y errática de Guillermo fue un problema. Decía una cosa un día y al siguiente cambiaba de parecer. Nadie sabía cómo leerlo, nadie sabía qué quería. Esta fue una receta para el desastre durante una crisis volátil, y aumentó la posibilidad de que otros estados tomaran decisiones irresponsables. En ese sentido, el káiser incrementó masivamente las probabilidades de que estallara una guerra”.

Ya derrotado, fue conducido por sus generales al exilio en Holanda, donde alcanzó a ver en los triunfos iniciales de Hitler todos sus sueños frustrados: la conquista de Europa, la expulsión de los judíos del territorio alemán, la expansión territorial y el respeto y el temor del planeta entero en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo la suerte de no ver el colapso de su adorada Alemania y del Tercer Reich, pues murió en 1942, antes de que el mito de Hitler y la supremacía de la raza aria terminaran despedazado por la historia.

 
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Publicado por en 16 octubre, 2014 en Noticias relacionadas

 

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La defensa de Bélgica


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Al realizar los alemanes la invasión de Bélgica, el rey Alberto I creyó llegando el momento de abandonar Bruselas, poniéndose al frente de sus tropas. El soberano de este pequeño reino no quiso seguir viviendo en su palacio, lejos de los combates y pronunciando arengas como Guillermo II. Primer ciudadano de un Estado democrático, deseó ser igualmente su primer soldado. En la mañana de tal día como hoy, 6 de agosto el rey de Bélgica lanzó la siguiente proclama:

AL EJÉRCITO DE LA NACIÓN

Soldados: sin la menor provocación de nuestra parte, un vecino orgulloso de su fuerza ha desgarrado los tratados que llevan su firma, violando el territorio de nuestros padres. Porque hemos sido dignos de nosotros mismos, porque nos hemos negado a un delito contra el honor, este vecino nos ataca.
Pero el mundo entero se maravilla de nuestra actitud leal, Que su respeto y su estima nos reconforten en estos momentos supremos.Viendo amenazada su independencia, la nación se ha estremecido y sus hijos han saltado la frontera.Valerosos soldados de una causa justa: yo tengo la confianza en vosotros y os saludo en nombre de Bélgica. Vuestros conciudadanos se sientes orgullosos de vosotros.
Triunfareis, porque sois la fuerza puesta al servicio del derecho. César dijo de vuestros antecesores; “De todos los pueblos de las Galias, los belgas son los más bravos”.
Gloria a vosotros, soldados del pueblo belga. Ante el enemigo, acordaros que combatís por la libertad y por vuestros hogares amenazados.Acordaros, flamencos, de la batalla de las Espuelas de Oro, y vosotros, valones de Lieja, que ocupáis en este momento el sitio de honor, acordaros también de los seiscientos franchimonteses.
Soldados: salgo inmediatamente de Bruselas para ponerme al frente de vosotros. 
Firmado en el palacio de Bruselas el 5 de agosto de 1914.

 
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Publicado por en 6 agosto, 2014 en 1914

 

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Conde Leopold Berchtold


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(Viena, 1863 – Sopron, 1942) Político austríaco. Como ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Austro-húngaro entre 1912 y 1915, fue el principal responsable de la escalada que, tras el ultimátum lanzado a Serbia el 23 de julio de 1914, provocó el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Poseía extensas propiedades territoriales en Moravia y Hungría y, gracias a un matrimonio conveniente, era uno de los hombres más ricos del Imperio. Vinculado desde muy joven a la corte imperial debido a su ascendencia aristocrática, en 1893 se incorporó al cuerpo diplomático de Austria-Hungría. Sirvió primero en París y luego en Londres, y en 1906 fue nombrado embajador cerca del zar de Rusia. En este puesto permaneció hasta 1911.

El 19 de febrero de 1912, el emperador Francisco José lo nombró ministro de Asuntos Exteriores para suceder al conde Aloïs Lexa von Aehrenthal. Berchtold mostró escaso entusiasmo al asumir sus nuevas responsabilidades, y su nombramiento fue acogido con escepticismo por las fuerzas políticas. Hombre presuntuoso, mujeriego, amante del lujo, la buena vida y los caballos (mantenía una cuadra de carreras), sus contemporáneos lo consideraban poco inteligente y de carácter voluble.

En su nuevo puesto, Berchtold cayó muy pronto bajo la influencia del mariscal de campo conde Franz Conrad von Hötzendorff, jefe del Estado Mayor del ejército. Éste abogaba por una política dura contra los movimientos nacionalistas y sociales que amenazaban con desintegrar la monarquía danubiana. Aunque Berchtold mantuvo, en principio, una actitud moderada respecto a esta cuestión, se mostró partidario ante el emperador de proseguir la política de inflexibilidad respecto a los movimientos separatistas y la amenaza de Rusia en los Balcanes.

Durante la primera Guerra de los Balcanes, entre octubre y diciembre de 1912, defendió a toda costa el mantenimiento del reparto territorial de la región. Con una escasez de miras políticas que tendría consecuencias nefastas, tras la contienda apoyó la creación del estado de Albania, a fin de impedir que Serbia obtuviera un corredor territorial hacia el mar Adriático.

Durante el año siguiente el gobierno serbio radicalizó sus esfuerzos políticos por crear un estado independiente que incluyera a todos los pueblos eslavos meridionales, lo que significaba de hecho favorecer los movimientos centrífugos que amenazaban a Austria-Hungría. La escasa claridad de la política de Berchtold agravó rápidamente la tensión entre el Imperio y Serbia, que culminó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa en Sarajevo (Bosnia) el 28 de junio de 1914, a manos del estudiante serbo-bosnio Gavrilo Prinzip.

La actitud inicial de Berchtold respecto al magnicidio fue de moderación, dadas las gravísimas consecuencias políticas que el estallido de una guerra con Serbia podía implicar para la región balcánica. A pesar de que el mariscal Hötzendorff urgía a la invasión inmediata de Serbia, Berchtold vaciló durante los primeros días, debido a la actitud conciliatoria del gobierno serbio, que expresó sus condolencias al emperador y repudió el asesinato. Por otra parte, Berchtold estaba sometido a la presión del primer ministro húngaro,Esteban Tisza, quien deseaba evitar a toda costa el estallido bélico. Pero, al mismo tiempo, recibía una fuerte presión del gobierno alemán.

El 30 de junio se reunió con el embajador alemán en Viena, conde Heinrich von Tschirschky, quien pidió en nombre de su gobierno que se tomaran medidas contundentes contra los serbios. Cuatro días después recibió a Viktor Naumann, ministro de Exteriores alemán, que le ofreció todo el apoyo de su gobierno en el caso de que Rusia interviniera en la crisis a favor de Serbia.

Su siguiente paso fue redactar una carta dirigida al emperador de Alemania, Guillermo II y firmada por Francisco José, en la que trataba de convencer a ambos de la responsabilidad del gobierno serbio en el magnicidio. El 6 de julio, Guillermo II y su canciller, Theobald von Bethmann-Hollweg, dirigieron un telegrama a Berchtold para asegurarle su apoyo. Este fue el famoso «cheque en blanco» que el gobierno del Segundo Reich ofreció al gobierno austríaco en su política de guerra en los Balcanes.

Desde ese momento, Berchtold se acercó a Hötzendorff y se mostró partidario de lanzar una invasión contra Serbia, cuyos preparativos debían mantenerse en secreto. Por ello, recomendó a Hötzendorff y al ministro de Guerra, barón Alexander von Krobatin, que se marcharan de vacaciones para dar una apariencia de normalidad. Al mismo tiempo, evitó informar a Italia de sus planes, por miedo a que el gobierno italiano informara a Rusia y ésta se movilizara rápidamente en apoyo de Serbia. Al parecer, Berchtold nunca consideró con la debida seriedad la posibilidad de que San Petersburgo interviniera militarmente en la crisis.

El 10 de julio envió a su colaborador Friedrich von Wiesner a Belgrado para averiguar cómo marchaba la investigación sobre el asesinato del archiduque. Wiesner le informó de manera tajante de que nada parecía indicar que el gobierno serbio estuviera relacionado con el atentado de Sarajevo. Sin embargo, Berchtold ocultó esta información al emperador Francisco José, que por entonces se hallaba en su residencia de verano en Bad Ischl.

El 14 de julio mintió también al húngaro Tisza al asegurarle que el gobierno austro-húngaro resolvería por la vía diplomática normal la crisis con Belgrado y no efectuaría ninguna demanda territorial sobre Serbia. Pero, en realidad, el complot urdido por Berchtold, Hötzendorff y Krobatin había efectuado ya un reparto territorial de Serbia sobre el papel. Sospechando las maniobras de éstos, Tisza dirigió varias cartas a Francisco José para pedir un trato de tolerancia hacia Serbia. Pero Berchtold interceptó dichas cartas, que nunca llegaron a manos del emperador.

El 21 de julio visitó a Francisco José en Bad Ischl para que aprobara el ultimátum que pensaba dirigir a Serbia. Dicho ultimátum, aprobado por el Consejo de Ministros y expedido al gobierno serbio al día siguiente, estaba redactado de manera deliberada en términos inaceptables. Acusaba sin ambages al gobierno de Belgrado de apoyar el movimiento insurreccional nacionalista y el terrorismo, de planear el magnicidio de Sarajevo y haber proporcionado las armas para cometerlo. Exigía una condena oficial del terrorismo separatista, un compromiso institucional de colaboración con las autoridades imperiales en la represión de los movimientos antimonárquicos y la implicación de funcionarios austríacos en la investigación del atentado.

La aceptación de estos términos habría dejado al gobierno serbio a merced del Imperio. El ultimátum era, pues, una declaración encubierta de guerra y como tal reaccionaron las autoridades de Belgrado. El 25 de julio, tanto Serbia como Austria-Hungría ordenaron la movilización general de sus tropas. Rusia, que no estaba dispuesta a perder posiciones en los Balcanes, respaldó a Serbia. Poco después se puso en juego una cadena de pactos secretos y alianzas militares. Inadvertidamente, los manejos de Berchtold habían desencadenado el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Teóricamente, Serbia estaba condenada a la derrota, pero cuando el 12 de agosto el mariscal Hötzendorff lanzó la invasión del país, se encontró con una resistencia implacable. A mediados de diciembre, los austríacos habían sido expulsados de territorio serbio. En este contexto, Berchtold dio marcha atrás y se mostró partidario de abandonar las hostilidades, ganándose la enemistad de Hötzendorff.

Al abandono de sus antiguos colaboradores se sumó una cuestión política de mayor trascendencia: la exigencia de Italia y Rumanía de obtener contrapartidas territoriales a cambio de mantener una «neutralidad benevolente» en el conflicto. El 13 de enero de 1915, Berchtold se vio obligado a presentar su renuncia como ministro de Exteriores. No obstante, no perdió el favor del emperador, que le nombró maestro de ceremonias de la corte imperial y consejero político del futuro emperador, el archiduque Carlos.

 

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Theobald von Bethmann-Hollweg


web

Theobald von Bethmann-HollwegTheobald Theodor Friedrich Alfred von Bethmann Hollweg (Hohenfinow, Brandenburgo, 29 de noviembre de 1856-Ibíd., 1 de enero de 1921) fue un político aleman que sirvió como canciller del Imperio Alemán desde 1909 a 1917.

Bethmann Hollweg provenía de la aristocracia prusiana, y como tantos otros de su clase, hizo carrera en el inmenso funcionariado prusiano (que tendía a confundirse con el del Imperio germánico). Entró en la política propiamente dicha en 1899, cuando fue nombrado presidente de la provincia de Brandenburgo. Luego sirvió como ministro prusiano del Interior y más tarde como ministro imperial del Interior. En 1909, el emperador Guillermo II le nombró canciller en sustitución de Von Bülow.

Canciller

Desde el principio, Bethmann Hollweg intentó llevar a cabo una política de distensión con Gran Bretaña, intentando detener la carrera armamentística entre los dos países, propósito en el que fracasó, en gran parte por la oposición de los militares y de la Armada. En el interior, intentó llevar a cabo una política «diagonal», tratando de mantenerse entre dos aguas entre las diversas facciones políticas de entonces, algo en lo que también fracasó, ganándose fama de hombre sin personalidad y fácil de influir. Para los nacionalistas derechistas era un liberal, pero para los demócratas y liberales alemanes era un «duro».

Cuando el asesinato del heredero del Imperio austrohúngaro Francisco Fernando en la ciudad de Sarajevo, Bethmann empujó a Austria a declararle la guerra a Serbia garantizándole su apoyo incondicional, algo que irritó al káiser Guillermo II, que le dijo cuando lo que parecía iba a ser un pequeño conflicto local amenazaba con convertirse en una guerra a gran escala: «Usted ha cocinado este plato, ahora le toca comérselo». Muy a su pesar, la política de apaciguamiento hacia Gran Bretaña fracasó con la invasión de Bélgica, por más que Bethmann calificara al tratado que garantizaba la neutralidad de dicho país como «un pedazo de papel».

Durante la guerra intentó mantener al margen a Estados Unidos ,y de hecho, logró impedir en varias ocasiones la entrada de dicho país en la guerra (en particular, tras el hundimiento del buque de pasajeros Lusitania, en el que viajaban numerosos norteamericanos, consiguió impedir que el presidente Wilson considerase aquello como un «casus belli»). Sin embargo, cuando a principios de 1917 los militares, con Hindenburg y el almirante Tirpitz a la cabeza, que eran los que llevaban el control de lo que ocurría, decretaron el uso de la guerra submarina sin restricciones (a la que Bethmann intentó oponerse sin éxito), dicha política fracasó estrepitosamente: en la primavera de dicho año el presidente norteamericano Woodrow Wilson, con apoyo casi unánime del Congreso, acordaba la entrada en la guerra de su país.

Georg Michaelis

Georg Michaelis en 1932

El verano de dicho año, totalmente desacreditado y ya sin ninguna influencia, hubo de dimitir tras una resolución del Reichstag en la que se pedía la paz, siendo sustituido por Georg Michaelis (8 de septiembre de 1857 – 21 de julio de 1936, abogado y político alemán. Fue Canciller de Alemania del 14 de julio de 1917 al 31 de octubre de ese mismo año, el primero sin ascendencia noble.)

Últimos años

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial Bethmann intentó que los aliados le juzgaran a él en vez de al depuesto káiser, sin éxito. Tras un corto espacio de tiempo en el que intentó apoyar a movimientos monárquicos que apoyaban el regreso de los Hohenzollern a Prusia y de los Habsburgo a Austria, se retiró definitivamente de la vida pública, aprovechando para escribir unas memorias sobre su actuación durante la guerra («Reflexiones sobre la guerra mundial»). Falleció de una neumonía aguda el 1 de enero de 1921.

 

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“Es aberrante decir que mi bisabuelo y Guillermo II querían una guerra en Europa”


El Confidencial

Fue el 28 de junio de 1914. Dos disparos a bocajarro acabaron con la vida del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio austrohúngaro, y su esposa, la duquesa Sofía de Hohenberg. El pistolero, un terrorista serbio llamado Gavrilo Princip, pretendía atraer la atención mundial sobre la ocupación austriaca de Bosnia, que consideraba incompatible con el sueño de erigir una Gran Serbia. Sin embargo, lo que consiguió fue desencadenar una tempestad de acero. “¡Qué desperdicio!”, declara la princesa Sophie Hohenberg, bisnieta de la pareja asesinada. “Ese día un desgraciado terrorista mató a la persona que podía haber marcado la diferencia y evitado el desastre. Al disparar a mis bisabuelos condujo al mundo, sin pretenderlo, a una espantosa carnicería”.

Las balas de Princip también dejaron huérfanos a tres vástagos (Sophie, Max y Ernst) que acababan de entrar en la adolescencia. El tiempo ha pasado, pero aún permanece un sedimento de dolor. Un pesar que es palpable al preguntar a la princesa Sophie si estará hoy en la capital de Bosnia. No quiere ni imaginarlo. “Y no creo que ningún miembro de mi familia tenga la más mínima gana de ir”, zanja. La bisnieta del archiduque considera que su actitud no es incompatible con la magnanimidad. Aún recuerda cómo los tres hijos de la pareja perdonaron a Princip en una carta. “Ya no necesito hacerlo”, dice.

Pregunta: Su interés por sus bisabuelos ha sido constante desde su infancia. Ya lo mostraba usted en el colegio…

Respuesta: “En cada vuelta al curso revisaba el libro de Historia para comprobar si mencionaba el atentado de Sarajevo. Si era el caso, lo miraba para ver si salía el nombre de mi bisabuela, pues me llamo como ella”.

P.: ¿Temía, por su apellido, la mirada de sus compañeros de clase?

R.: “Sí. Gracias a Dios, sólo tuve que enfrentarme a ello en dos ocasiones”.

Un siglo después de su trágica muerte, las figuras del archiduque (nacido en 1863) y de la duquesa (1868) siguen siendo prácticamente desconocidas, a pesar de que existe una película y se han publicado varias biografías. Para Sophie, la vida de ambos es mucho más que Sarajevo; en realidad estamos ante una historia de amor que deparó dramáticas consecuencias dinásticas, ante una crónica política de los últimos años del imperio austrohúngaro.

En un principio, Francisco Fernando no estaba destinado a ser el heredero: era hijo del archiduque Carlos Luís, segundo de los tres hermanos menores (le precedía Maximiliano, fugaz emperador de México) del Emperador Francisco José. Sin embargo, todo cambió a raíz de la misteriosa muerte del heredero y único hijo varón del Emperador, el archiduque Rodolfo, cuyo cadáver apareció junto al de su amante, Mary Vetsera, en un pabellón de caza cercano a Viena. Dado que Carlos Luis no poseía las virtudes necesarias para ceñir la corona imperial, Francisco Fernando fue designado sucesor del Emperador en aplicación del orden dinástico.

Un retrato del archiduque Francisco Fernando, en un hotel de Sarajevo. (Reuters)

Un retrato del archiduque Francisco Fernando, en un hotel de Sarajevo. (Reuters)

El reloj que provocó un escándalo

Como heredero, estaba obligado a contraer matrimonio y tener hijos para garantizar la sucesión. Y fue aquí cuando las cosas se torcieron. Francisco Fernando conoció en un baile a la condesa Sofía Chotek, quien procedía de una familia noble de Bohemia pero no era de sangre real. Se enamoró perdidamente. Sin embargo, las normas dinásticas de los Habsburgo eran implacables al respecto: el archiduque que contrajese un matrimonio desigual renunciaba inmediatamente a la sucesión y a formar parte de la Familia Imperial.

Por ello, la pareja mantuvo en secreto su romance. Uno de los destinos militares del nuevo heredero estaba ubicado cerca de la residencia de los archiduques Federico (hermano de la Reina Regente María Cristina de España) e Isabel, de quién Chotek era dama de compañía. Francisco Fernando multiplicó sus visitas al lugar, pero no para pedir la mano de una de sus hijas, como pretendía la archiduquesa, sino para ver a Sofía. La estratagema funcionó hasta el día en que el heredero se dejó en la casa su reloj de cadena. Éste cayó en manos de la archiduquesa Isabel, que montó en cólera al descubrir que escondía una foto de Sofía. El escándalo estaba servido.

No obstante, Francisco Fernando no dio su brazo a torcer. Durante años aguantó todo tipo de presiones para que cambiase de parecer, incluidas las eclesiales. El archiduque, católico ferviente, no dudó en tachar de “cretino” a su antiguo preceptor, el monseñor Godfried Marschall, quien intentó persuadirle para que no contrajera matrimonio con Chotek.

“Era guapa, inteligente y con mucho sentido del humor”

Al final Francisco Fernando se salió con la suya, aunque pagando un alto precio: en junio de 1900, en el transcurso de una sórdida ceremonia celebrada en Viena, el archiduque, con su mano sobre los Evangelios, prometió que su mujer nunca sería proclamada emperatriz ni otorgaría a sus hijos derecho sucesorio alguno. La única y magra compensación que obtuvo fue la elevación de Sofía al rango de princesa de Hohenberg (más tarde ascendería a duquesa) pero sin estatus real. Esto significaba que en los actos oficiales pasaba por detrás de todas las archiduquesas, por muy esposa del heredero que fuese.

Sophie Hohenberg, bisnieta del archiduque Francisco Fernando.

Sophie Hohenberg, bisnieta del archiduque Francisco Fernando.

La boda fue celebrada con sencillez el 1 de julio de 1900 en la parroquia de una aldea de Bohemia, sin la presencia de Francisco José ni de ningún otro miembro de la dinastía, con la excepción de la madrastra y las dos hermanas de padre del contrayente. Desde entonces se ha especulado a menudo acerca de las intenciones de Francisco Fernando una vez alcanzado el trono. Algunos creen que habría sido capaz de faltar a su juramento, convirtiendo a su esposa en emperatriz. Una hipótesis que Sophie Hohenberg soluciona de un plumazo. “La cuestión ni se plantea, pero hubiera sido una estupenda esposa del emperador, era capaz de asumir las obligaciones propias de una emperatriz”, opina.

Biógrafos e historiadores coinciden en destacar la bondad de la consorte. Sophie, que ha tenido acceso a los archivos familiares y que conoció a la hija mayor de sus bisabuelos, no escatima en elogios hacia su antepasada. “Era guapa, inteligente, paciente y creo que con una alta dosis de humor”, cuenta.

Golpes bajos en la corte vienesa

Virtudes que demostraron ser perfectas para compensar el carácter complicado de su marido. Fue un éxito: Francisco Fernando y Sofía fueron una de las parejas más felices de la realeza europea de principios del siglo XX. Hubo una total compenetración entre ambos durante los catorce años que duró el matrimonio. De no haber sido así, difícilmente podrían haber aguantado la interminable lista de mezquindades y golpes bajos perpetrados por los dignatarios de la corte vienesa y que tanto entorpecieron las ya de por sí complicadas relaciones entre Francisco José y su sobrino y sucesor.

Pregunta: ¿Cómo se llevaban?

Respuesta: “Hoy sigue siendo complicado desmenuzar esa relación. Para empezar, quiero subrayar que mi bisabuelo tenía un profundo respeto por Francisco José; no sólo era su tío, sino y sobre todo el Emperador y el jefe de familia. Y si no estaban de acuerdo sobre la manera de guiar el ‘buque Austria-Hungría’, el Emperador siempre tenía la última palabra”.

P.: Pero Francisco Fernando no se paraba en barras a la hora de dar su opinión…

R.: “No era obsequioso, desde luego. Y Francisco José, como hizo con su hijo Rodolfo y como haría más tarde con su sobrino Carlos, intentaba impedir que Francisco Fernando interviniera en los asuntos de Estado. Pero él era consciente de cuáles iban a ser sus responsabilidades en un futuro y no podía permanecer callado ante los peligros internos y externos que acechaban a la Doble Monarquía”.

El coche que utilizaron el archiduque y su esposa el día del asesinato en Sarajevo. (Reuters)

El coche que utilizaron el archiduque y su esposa el día del asesinato en Sarajevo. (Reuters)

Francisco Fernando tenía su personalidad política, para bien y para mal. Una de cal y otra de arena, se podría decir. Por una parte, desde que unos oficiales se burlaron de su acento húngaro, profesó una profunda hostilidad hacia el reino de Budapest. Los magiares se lo devolvían: cuando el archiduque fue asesinado, el conde Iván Tisza, a la sazón primer ministro húngaro, declaró: “Se ha cumplido la voluntad del Cielo”.

Francisco Fernando y Sofía fueron una de las parejas más felices de la realeza europea. De no haber sido así, difícilmente podrían haber aguantado la interminable lista de mezquindades y golpes bajos perpetrados por los dignatarios de la corte vienesa

Esta mala relación entre el heredero y la segunda pata sobre la que descansaba el equilibrio del imperio hacía temer los peores augurios. Francisco Fernando tenía la intención contradictoria de conceder el sufragio universal a Hungría y no a Austria: quería barrer, en el primer caso, a señores feudales y magnates que se aferraban a sus privilegios, y temía, en el segundo, la eclosión de una clase media liberal y democrática. “Al final”, puntualiza Hohenberg, “el Emperador instauró el sufragio universal en todos sus territorios; no podía ignorar la tendencia que imperaba en Europa”.

La otra cara, algo más progresista, de la moneda de Francisco Fernando fue su lucidez estratégica. Sabía que una nueva guerra en Europa se llevaría por delante, como sucedió, a los Habsburgo y a los Romanov. De ahí sus esfuerzos por entenderse con los monarcas de San Petersburgo, Londres y Berlín, con quienes nunca llegó del todo a congeniar, y también por estrechar relaciones con Rumanía, país fronterizo e inestable.

Pregunta: ¿Se hubiera salvado el Imperio austro-húngaro si hubiera reinado su bisabuelo? Los historiadores le atribuyen veleidades reformistas…

Respuesta: “Mire, la Historia es la que es y no se puede rehacer. ¿Estaba mejor preparado Francisco Fernando que Carlos? Seguramente. No obstante, la situación de Europa a principios del Siglo XX era harto compleja: la presencia, ya arraigada, del nacionalismo y del individualismo, y la aparición de nuevos desafíos estratégicos como el petróleo lo corroboran. ¿Que hubiera sido del mundo sin Sarajevo? Sólo Dios lo sabe”.

El calvario de los Hohenberg y “el robo checo”

Lo que no terminó en Sarajevo fue el calvario de los Hohenberg. Al poco de acabar la I Guerra Mundial, las autoridades de la recién creada Checoslovaquia dieron un par de horas a los tres jóvenes huérfanos para recoger sus pertenencias y abandonar el castillo bohemio de Konopiste y su bosque de 6.000 hectáreas, heredados de sus padres junto al castillo austriaco de Arstretten y la finca de Chlumetz. En 1921, el Parlamento checoslovaco, con objeto de plasmar en su ordenamiento jurídico las disposiciones del Tratado de Saint-Germain (que disolvió Imperio austrohúngaro), votó la Ley 354.

Un póster del asesino del archiduque, el serbio Gavrilo Princip, en Sarajevo. (Reuters)

Un póster del asesino del archiduque, el serbio Gavrilo Princip, en Sarajevo. (Reuters)

En su apartado 3, la Ley indica que “los bienes y propiedades de la antigua familia soberana de Austria-Hungría están constituidos por los del antiguo Emperador Carlos y su esposa Zita, y por los de los demás miembros de la familia, de forma particular por los del antiguo heredero Francisco Fernando y sus descendientes”. Un apartado que Sophie Hohenberg considera nulo de pleno derecho. “Lo de los checos es un robo; intelectualmente es deshonesto. En 1921, Francisco Fernando llevaba siete años muerto y su herencia se zanjó en 1916. Desde esa fecha, el dueño de Konopiste era mi abuelo Max”.

Desde que unos oficiales se burlaron de su acento húngaro, profesó una profunda hostilidad hacia el reino de Budapest. Los magiares se lo devolvían; cuando el archiduque fue asesinado, el conde Iván Tisza, a la sazón primer ministro húngaro, declaró: ‘Se ha cumplido la voluntad del Cielo’

Cuando éste último y sus hermanos nacieron, ya no eran ni Habsburgo ni dinastas debido a la renuncia de Francisco Fernando; eran simplemente Hohenberg. Siguiendo esa lógica, Austria no confiscó ningún bien ni al duque Max ni a sus hermanos, “la prueba fehaciente de que el Tratado de Saint-Germain no se aplica a ellos”. Es el principal argumento de Sophie Hohenberg para seguir reclamando la devolución de Konopiste, (su hermana mayor, la princesa Anita, es la dueña de Artstretten, que ha convertido en atracción turística).

Hasta la fecha, todo han sido reveses judiciales: al del Supremo checo se sumó el del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero la princesa Hohenberg no pierde la esperanza. Considera que Konipiste es el combate más importante de su vida y asegura que no se han agotado las vías judiciales. Reconoce, no obstante, que se siente como David ante Goliat. “Soy un eslabón más de la cadena familiar y, después de mi muerte, llegará otro para sustituirme. Quién sabe. Mi abuelo luchó toda su vida para recuperar sus bienes y yo no voy a desanimarme en el primer intento. En mi familia pensamos siempre a largo plazo. Es nuestra principal baza”.

El largo plazo y también una capacidad de de aguante excepcional. El apellidarse Hohenberg costó a los tres hijos de Francisco Fernando y Sofía la deportación al campo de concentración de Dachau en 1938, a raíz de la anexión de Austria por la Alemania nazi. Los hermanos sobrevivieron a Dachau, pero su salud se resintió tremendamente. Las secuelas acabaron con la vida del duque Ernst cuando sólo tenía 50 años.

Pregunta: ¿Hay una ‘maldición Hohenberg’?

Respuesta: “No creo que estemos malditos. Al contrario, hemos tenido suerte en la desgracia. La generación de mi abuelo tuvo un comportamiento admirable en la adversidad: supo continuar su tarea con valentía, fe y humor, dando un magnífico ejemplo a las generaciones siguientes. Tuvieron una vida fuera de lo común; y si en algún momento esa existencia se pudo asemejar a una bajada a los infiernos, siempre hubo alegría”.

P.: Volviendo a Sarajevo, sigue circulando una leyenda según la cual, días antes del atentado, el archiduque Francisco Fernando y Guillermo II de Alemania habrían diseñado en Konopiste un plan para desencadenar lo antes posible una guerra en Europa.

R.: “Esa es una historia aberrante montada de cabo a rabo en 1916 por el periodista británico Henry Wickam Steed. Propaganda en estado puro. Lo fascinante es que haya gente dispuesta a creerse semejante sandez. Esta leyenda no ha hecho sino fomentar el odio hacia los Habsburgo y también originó las palabras “de forma particular por los del antiguo heredero Francisco Fernando y sus descendientes”, incluidas en la ley 354, facilitando de paso el robo de los checos.

 
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Publicado por en 2 julio, 2014 en entrevistas

 

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Las crisis que precedieron al Conflicto


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En un contexto de creciente enfrentamiento entre las potencias, en la década anterior a la Gran Guerra tuvieron lugar cuatro crisis internacionales que marcaron la evolución hacia el conflicto generalizado:

1.- Primera crisis marroquí (1905-1906)

Guillermo II, aprovechando una visita a Tánger, proclamó que Alemania no permitiría que Marruecos pasara a ser dominado por una única potencia. Esta advertencia iba claramente dirigida a Francia, cada vez más presente en el reino norteafricano.  Este desafío precipitó la convocatoria de la Conferencia de Algeciras (1906), a la que fueron convocadas todas las potencias europeas. Alemania quedó aislada y Francia recibió el claro apoyo británico.
La principal consecuencia fue la ratificación de la buena salud de la Entente Cordiale, lo que aprovechó Francia para propiciar el acercamiento entre Gran Bretaña y Rusia. La creciente agresividad germana disipó las diferencias entre Londres y San Petersburgo. En 1907 se firmó el acuerdo anglo-ruso, nacía así la Triple Entente.

2.- La anexión austriaca de Bosnia-Herzegovina (1908)

Aprovechando la revolución de los Jóvenes Turcos en Turquía, Austria-Hungría se anexionó Bosnia. Alemania apoyó a su aliado y Rusia se vio forzada a ceder ante la agresión austriaca. Ni Francia ni Gran Bretaña se mostraron dispuestas a apoyar a Rusia en un eventual conflicto.

La única buena noticia para San Petersburgo fue que, aprovechando la debilidad turca, Bulgaria proclamó su independencia plena, rompiendo los lazos teóricos que aún la unían a Turquía. Los búlgaros, como los demás eslavos de la región, veían a Rusia como la gran potencia protectora eslava.

El ambiente en los Balcanes se enrareció aún más en un año en el que la pugna por la hegemonía naval entre Alemania y Gran Bretaña daba una escalada.

3.- El incidente de Agadir en Marruecos (1911)

El envío de un buque cañonero alemán a Agadir en un claro desafío a Francia  provocó una grave crisis que concluyó con la firma de un acuerdo franco-alemán por el que Alemania daba manos libres a Francia en Marruecos a cambio de una parte importante del Congo francés.
Mientras la tensión internacional se agudizaba, la alianza franco-británica salió fortalecida al apoyar Londres resueltamente al gobierno de París.

4.- Las guerras balcánicas  (1912-1913)

Dos sucesivas guerras de los estados balcánicos, la primera contra Turquía y la segunda interna entre ellos (Serbia y Grecia y Montenegro contra Bulgaria) concluyeron con el Tratado de Bucarest (1913).

Las guerras balcánicas provocaron un vuelco en la situación en la zona:

    • Turquía quedó reducida en los Balcanes a la región en torno a Estambul
    • Serbia (aliada de Rusia y defensora de los derechos de los eslavos en el imperio austro-húngaro) se consolidó como el principal estado de la región:
      • Austria-Hungría, alarmada por el fortalecimiento serbio, llegó a la conclusión de que solo una guerra preventiva impediría que Serbia encabezara un levantamiento general de los eslavos en el Imperio de los Habsburgo, alentado por la gran potencia eslava, Rusia.
        Alemania estaba resuelta a apoyar a su aliado austro-húngaro en caso de conflicto.
      • Rusia estaba decidida a intervenir en el caso de que Austria-Hungría atacase a Serbia. Francia, a su vez, era mucho más proclive a apoyar a Rusia en caso de guerra que en 1908.

El ambiente bélico se iba extendiendo en las diversas capitales europeas.

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Publicado por en 4 junio, 2014 en Claves

 

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